Harald Jäger, el hombre que abrió el Muro de Berlín hace 25 años

Harald Jäger, el hombre que abrió el Muro de Berlín hace 25 años

SERNEUCHEN, Allemagne.  «¡Abran la barrera!» Con esta orden lanzada en medio del pánico el 9 de noviembre 1989, el guardia fronterizo de Berlín-Este Harald Jäger dejó a una muchedumbre de alemanes del Este abalanzarse hacia el Oeste y hacer caer el Muro. Veinticinco años más tarde, en un pueblo gris del norte de la capital, este exfuncionario de la RDA rememora, apoltronado en el sofá de su modesta vivienda, aquella velada histórica que conmocionó la historia política del siglo XX. «No fui yo quien abrió el Muro», dice hoy.

«Fueron los ciudadanos del Este alemán que se concentraron allí aquella noche», afirma. «Mi único mérito fue que aquéllo ocurriera sin que se derramase una sola gota de sangre», aclara.

En esa época, el teniente coronel Jäger, que trabajaba en la policía de fronteras de la RDA «desde hacía 28 años», era adjunto al mando del puesto fronterizo de la Bornholmer Strasse, una calle en el norte de Berlín-Este. Por lo tanto, estaba adscrito a la Stasi, la policía política.

Cuando empezó su servicio el 9 de noviembre esperaba tener «una jornada de trabajo normal» con «14 hombres a sus órdenes a partir de las 18h00», la hora en que el jefe del puesto se iba a su casa. Y esto a pesar de que la RDA se encontraba en ebullición desde hacia semanas y los puestos fronterizos estaban en estado de alerta. Sin embargo, no imaginaba que algunas horas más tarde miles de personas se aglomerarían frente a sus ventanas.

Jäger fue entonces al comedor «para comer un tentempié». Pero las cosas se precipitaron rápidamente. La televisión difundió declaraciones de un dirigente comunista que anunció, para sorpresa de todos, que la RDA autorizaba los viajes al extranjero «inmediatamente, sin demora» para los alemanes del Este, encerrados tras el Muro desde hacía 28 años. «El panecillo se me atravesó en la garganta, no creía lo que oía y me dije: ‘¡pero, ¿qué tontería acaban de anunciar?!'», cuenta a la AFP.

Luego volvió rápidamente a su puesto, donde sus colegas no se lo creían: «¡Harald, lo oíste mal!», bromeaban. Después llamó por teléfono a su superior con la esperanza de recibir instrucciones. «¿Me llamas por semejante estupidez?», se quejó su jefe, y le dijo que ordenara a la gente volver a sus casas si no tenían la autorización necesaria para cruzar la frontera. Algunos curiosos empezaron a llegar hasta la Bornholmer Strasse. Poco a poco, el pequeño grupo de berlineses se convirtió en una multitud que gritaba: «¡Déjennos salir!».

– ‘No hay órdenes’. Frente a la situación, el guardia volvió a llamar a su superior jerárquico. «¡Jäger, no tengo ninguna orden de arriba! ¡No tengo órdenes para darte!», le respondió. Mientras tanto, una verdadera marea humana se estaba formando frente al puesto fronterizo. «Hacia las 21h00 o 21h30 toda la calle estaba bloqueada» y pidió a su jefe gritando: «¡Hay que hacer algo!». Para calmar los ánimos le ordenaron entonces que identificara a los más agitados entre la muchedumbre y les permitiera pasar al Oeste . «Pero eso provocó el efecto contrario. La muchedumbre se excitaba cada vez más», recuerda.

Harald Jäger, sin saber que hacer, temía que hubiera una avalancha de pánico, «que la gente se pisoteara». Entonces se sintió terriblemente solo. «Fue entonces que me dije: ahora tienes que actuar tú. Poco importa lo que pueda ocurrir, debemos dejar a los ciudadanos alemanes del Este cruzar la frontera», recuerda. Y fue así como «hacia las 23h25 o 23h30» ordenó a sus hombres: «¡Abran la barrera!». Primero sus subordinados se mantuvieron rígidos y tuvo que repetir la orden.

Veinticinco años más tarde, en su pequeño apartamento impregnado de olor a tabaco, todavía se emociona al recordarlo. La barrera blanca y roja que se abrió lentamente en medio de la noche helada para dejar pasar a una marea humana incontenible marcó el final de un mundo partido en dos desde la Segunda Guerra Mundial. «Nunca había visto tanta euforia, y desde entonces no volví a ver algo igual», sonríe Jäger, de 71 años de edad. Cuando dejó su servicio en la madrugada del 10 de noviembre llamó a su hermana. «Fui yo quien abrió la frontera esta noche», le confesó. Y ella le respondió: «¡Hiciste bien!»

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