Hartley cuenta experiencia a El Nuevo Herald

Hartley cuenta experiencia a El Nuevo Herald

GERARDO REYES
El Nuevo Herald
SAN JOSE DE LOS LLANOS.-
Para el padre Christopher Hartley la solución a las injusticias sociales que lo rodean no está en los manuales de economía política de su tío Nicolás Sartorius, fundador del Partido Comunista español, sino en la conciencia de los hombres que pueden cambiarlas.

»»Yo creo que el drama en el fondo está en el corazón del hombre»», afirmó cuando se le preguntó por las alternativas que están al alcance de un cura de pueblo para cambiar un modelo de producción que lleva más de un siglo de arbitrariedades.

»»No creo que sea cuestión de reformas estructurales ni de megaproyectos»», dijo. «Creo que al final es la avaricia del corazón del hombre. Por eso, en el fondo, esto no va a cambiar mientras no cambien las personas»».

Hartley dijo que apuntó a esa solución durante tres años en que mantuvo reuniones continuas y muy cordiales con los Vicini para mejorar las condiciones de vida del ingenio Cristóbal Colón, propiedad de la familia de millonarios inmigrantes italianos.

Los Vicini, recuerda el padre, se mostraban receptivos.

Hasta ese punto se había logrado la culminación de ciertas obras que Hartley agradeció. Entre ellas la construcción de la escuela en el batey de Copeyito, la habilitación de un local para la escuela de San Felipe, la ampliación de la escuela del batey Contador, la regularización del desayuno en la mayoría de las escuelas, la instalación de nuevos sistemas de letrinas, el retechado con zinc nuevo de la mayoría de las viviendas de todos los campamentos, la adquisición de dos nuevas ambulancias y la mejora en la atención médica en la Clínica de Batey Nuevo.

»Pero parecía que lo hicieran por mí y no por la gente. Es como `Pídame lo que usted quiera para ayudarlo a usted» »», explicó el párroco. «Es como si usted tuviera el problema y yo lo ayudo encantado»».

Una de las metas más importantes de Hartley y la asesora jurídica del Centro Dominicano de Asesoría e Investigaciones, Noemí Méndez, una institución que respalda al sacerdote, era lograr que la empresa implantara un contrato de trabajo en español y creole como requisito mínimo para que el obrero conociera sus derechos y deberes.

La asociación se encargó de redactar el contrato en ambos idiomas.

Pero a medida que pasaba el tiempo, Hartley regresaba a la parroquia con más promesas sin plazo y menos compromisos concretos, sólo buenas intenciones, recuerda.

El contrato de trabajo nunca fue aprobado. En enero del 2003 las afables conversaciones con los Vicini finalmente se rompieron a raíz de la publicación de una semblanza del sacerdote y su cruzada en el periódico El Mundo de España. Por esos días le hicieron llegar un mensaje que corría por los bateyes: «Díganle al reverendo que cualquier día lo encontrarán en un carrill de lodo con la boca llena de moscas»»

A partir de entonces, Hartley empezó a derribar la murallas de silencio que rodeaban el drama de los trabajadores y no perdió oportunidad para llevar a los campamentos a que conocieran la situación directamente a los embajadores de Estados Unidos, España y de la Comunidad Europea.

Algunas de las impresiones de los representantes del gobierno estadounidense que visitaron los bateyes quedaron consignadas en el informe de Derechos Humanos del Departamento de Estado en el 2003.

»»Un sacerdote que trabaja en la región»», indicó el reporte, «informó que los trabajadores haitianos en su parroquia trabajan entre 14 y 16 horas al día en violación del Código Laboral»».

Los Vicini tumbaron todas las barracas de lata donde estuvieron los diplomáticos tomando nota y fotografías durante una de las visitas que hicieron el seis de febrero del 2004.

El pasado 12 de diciembre, bajo una pancarta con las palabras del papa Juan Pablo II, »»No tengan miedo, abran las puertas a Cristo»», Hartley se dio el gusto de celebrar una asamblea con unos 500 labriegos del ingenio exactamente en el sitio donde funcionaba uno de esos galpones de hojalata.

»»Yo visité ese barracón siete años y nunca dejó de existir porque lo visitara el padre Christopher, pero con una sola visita de esos tres embajadores no queda un barracón de lata en toda la compañía»», comentó el sacerdote.

El otro frente de trabajo de Hartley fue impulsar una campaña para quitarles a los cortadores el temor a sus patronos.

»»Yo creo que hay manera de cambiar esa avaricia»», afirmó Hartley. «Pero sobre todo pienso que quienes podrían ayudarles a cambiar son los que tienen que perderles el miedo»».

En los planes del sacerdote, perder el miedo significa que los cortadores de caña conozcan sus derechos y tengan el valor de subir a una de las tarimas de las asambleas que organiza la parroquia para denunciar los abusos que la empresa y sus capataces cometen contra ellos. Es también pedir ayuda legal para atreverse a demandar a la compañía cuando incumple con los pagos prometidos. Ambas metas se están logrando.

En la asamblea de diciembre pasado en el batey Cánepa, y a la cual asistieron reporteros de El Nuevo Herald, varios trabajadores tomaron el micrófono para expresar sus quejas.

En los juzgados de la zona cursan un par de casos judiciales sin antecedentes en los cuales la empresa ha tenido que responder a demandas laborales de sus empleados.

Pertenecer a una aristocrática familia de España, hablar tres idiomas -español, inglés e italiano- y ser un hombre culto, son ventajas que cuentan en la cruzada del padre Hartley frente a una familia poderosa considerada »»intocable»» en República Dominicana.

»»Modestamente dicho, a mí los Vicini no me impresionan nada»», señaló Hartley. «Yo estoy muy habituado a tratar con gente rica. Ha sido el medio en que he crecido. Es que eso a mí [tratar a los Vicini] no me hace absolutamente nada, como si hubiera conocido a cualquiera de las familias ricas de España, y lo peor es que ellos son concientes de que a mí no me hace nada, que es mucho más importante»».

Christopher Hartley, el mayor de tres hermanos, nació en Londres. Es hijo de un inglés anglicano dedicado a los negocios y una española católica diseñadora de interiores. A los cinco años de haber nacido el primogénito, la familia se mudó a Madrid.

En las navidades de 1975, el joven Hartley recibió un regaló de su papá que cambió su vida: el libro biográfico de la madre Teresa de Calcuta, Mother Theresa: her people and her work del escritor indio Desmond Doig.

Hartley, que no había sido ni monaguillo y que había estudiado en colegios privados laicos en Madrid, sintió que su rumbo era seguir los pasos y las enseñanzas de la misionera de Macedonia que aparecía en aquellas fotografías del libro lavando las heridas a los más pobres de los pobres en la India.

»»Era la persona que resumía todo lo que yo quería ser»», dijo.

Al año siguiente ingresó al seminario de Toledo y, en 1982, al ser ordenado sacerdote por el papa Juan Pablo II se puso al servicio de la Madre Teresa, quien lo envió a Nueva York para que trabajara con la comunidad hispana bajo la dirección del cardenal John O»Connor.

Un párroco español que trabajaba en Dominicana y que había sido compañero de seminario en Toledo, lo convenció de que llenara el vacío de 10 años que llevaba sin cura la parroquia de San José de los Llanos.

Hartley se presentó ante el cardenal para proponerle la idea después de unos retiros en un monasterio de Nueva York, donde sintió la nostalgia del apostolado con los más pobres de los pobres que ya había vivido en hospitales de caridad en Londres manejados por la orden de la Madre Teresa.

«Yo quería que el cardenal dijera si eso era de Dios, el deseo de ir a ayudar a los pobres, o que dijera mira eso es muy bonito pero tú haces falta en otro sitio haciendo cosas bastante más importante que limpiándole mocos a un recién nacido»».

O»Connor le dio la bendición para que se encargara de la parroquia de los Llanos en 1997.

Lo que más recuerda el sacerdote de sus primeras impresiones del lugar eran los rostros de miedo de los trabajadores.

»»Es que tú no sabes lo que es haber nacido en el miedo, es como comer arroz y habichuela desde que naciste, es parte de tu DNA»», comentó. «Tu habrás tenido miedo un día que casi te estrellas con el carro, pero el pánico duró como siete minutos de tu vida, te acuerdas todavía, pero no sabes lo que es esto, es como ha vivido el esclavo toda su vida»».

Al enterarse los feligreses de la Ermita de Blanco, una de las capillas de los bateyes de los Vicini, desempolvaron la campana de la iglesia y la hicieron tañer anunciando que la parroquia tenía un nuevo cura.

El pasado 12 de diciembre, Hartley celebró allí mismo su misa número 12,058.

Era Domingo de Letare, explicó a los asistentes. En latín, letare significa alegría, dijo. Las mujeres del lugar recordaron que ellas rezaron durante esos 10 años para que llegara un párroco. Ahora lo tenían ahí, hablando de alegría y haciéndolas reír con un sermón que trataba sobre las virtudes de la solidaridad.

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