¿Hasta cuándo habrá que aguantarlos?

¿Hasta cuándo habrá que aguantarlos?

Con pocas honrosas excepciones, escuchar la radio en Santo Domingo es horroroso. No me refiero a programas musicales, sino a los famosos espacios “interactivos” en los que dos o tres personas se dedican a expeler toda clase de barrabasadas, con más deseo de aterrorizar a potenciales víctimas de su conocida vocación al chantaje que de informar u orientar al público.

He sabido de amigos míos que incautamente aceptan “invitaciones” a que se hagan “programas especiales” acerca de sus negocios o sus problemas, para luego encontrarse con facturas tan luengas que sufren palpitaciones, no sólo por el monto, sino porque quedan “anzuelados” como los pejes de la mar.

Recientemente, al presentar mi más reciente libro, el laureado poeta y ensayista José Mármol, ganador hace pocos días del Premio Nacional de Literatura, comentó el triste estado del periodismo dominicano. Al escucharlo pensé precisamente en estos dragones mediáticos que con el fuego de su verbo incendian cualquier buena reputación.

El agudo escritor Mármol opinó que el periodismo es “una profesión agobiada en nuestro entorno, contrario a su esencia y su tradición, por la carencia de ética, la mediocridad, la temeridad, la extorsión y el chantaje a mansalva, a diestra y siniestra, exhibidos y enarbolados por falsos modelos de esa singular y noble profesión”.

Trotsky, en una arenga a obreros al inicio de su carrera política, dijo: “El lenguaje abusivo y decir palabras descompuestas son un legado de la esclavitud, la humillación y el irrespeto por la dignidad humana- por la dignidad propia y la de otras gentes”.

El esquema de transmitir programas escandalosos en los que se emplea un lenguaje vulgar y se cometen atropellos contra la decencia y el mejor juicio periodístico, al ser muy rentable pues excita la morbosidad del público, especialmente del menos educado, y atrae gran audiencia, ha resultado una tentación muy poderosa para muchos propietarios de estaciones de radio.

Pero todo merece algún orden. El más popular comentarista radial estadounidense, Rush Limbaugh se cuida de no decir obscenidades ni difamaciones porque allá la “Federal Communications Commission” (FCC) impone multas altísimas a los medios cuando ello ocurre.

Cada vez que toco este tema, recuerdo con pena y vergüenza ajena al enciclopédico pinturero que optó por ser una gran vedette de la radio en vez de validar cuán buen periodista yace escondido tras el grotesco personaje que se ha inventado para sí mismo.

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