¿Hasta cuándo la reclusión hogareña?

¿Hasta cuándo la reclusión hogareña?

¿Hasta cuándo nos veremos obligados a permanecer en nuestros hogares en vez de salir a trabajar? No tengo la respuesta y no conozco a nadie que la tenga y, además, pienso que en el Palacio Nacional igualmente nadie sabe.
El presidente Trump dijo recientemente que los norteamericanos saldrían el Sábado Santo de sus casas y apartamentos, pero ya está hablando de finales de abril y de un inicio de una mejoría económica en junio. Pero Trump es errático. Recuérdese que el 23 de febrero dijo que tenía dominado el virus cuando ya habían fallecido unos pocos en Estados Unidos pues había ocurrido un “milagro”. Cuatro días después, en su discurso del 27 de febrero, el presidente Medina ni siquiera mencionó la pandemia, ya sea porque no estaba en el radar de palacio, o porque no quería entorpecer unas elecciones que tendrían lugar dos semanas después.
Tan solo podremos salir a trabajar después que se haya “aplanado” la curva en las estadísticas sobre pruebas positivas, pero eso tan solo se ha logrado en China y ni siquiera en Europa o Estados Unidos. La necesidad de aislar a nuestros envejecientes y a otros de alto riesgo, enviándolos por ejemplo a la isla Saona o Constanza en lo que el resto de la población trabaja, podrá ser una idea de un economista preocupado solamente por la economía, pero es totalmente irrealista, aquí y en cualquier otro país.
Luce que la curva que no se aplana como quisiéramos (qué desdichada “kool vita”) obligará a posponer nuestras elecciones, pero lo que no es posible, por violar nuestra Constitución, sería posponer el traspaso del poder el 16 de agosto, lo que implicará un período muy breve de transición entre las elecciones y el traspaso. Sugerimos que técnicos en temas de salubridad y economía de los dos principales partidos de oposición sean invitados por el Gobierno para que se vayan enterando sobre los problemas y las alternativas en caso de que el gobierno sea de oposición, algo así como el “shadowcabinet” de los ingleses.
La otra gran pregunta es cuándo retornará nuestra economía a las tasas de crecimiento del pasado reciente. No tengo y creo que nadie tiene una respuesta, pero es obvio que será después que la bendita curva se “aplane”.
Igualmente relevante es preguntar cuánto tiempo, después de salir de nuestros hogares, se recuperará nuestra economía. Durante nuestra guerra civil en 1965, cuando el huracán David y la tormenta Federico en 1979, bajo el gobierno de Guzmán, y cuando el huracán Georges, durante el primer mandato de Leonel Fernández, la economía se recuperó rápidamente. Por un lado solo se luchó en la zona colonial-constitucionalista y cuando los huracanes entró el dinero de los reaseguros (la pandemia no es asegurable) y la agricultura siguió creciendo. Pero la economía de hoy es muy diferente a las de 1965, 1979 y 1998, pues es una predominantemente de servicios donde el turismo y las remesas juegan un extraordinario papel. Es probable que el turismo tarde un año en recuperarse y los flujos de remesas estarán muy afectados por las crisis económicas en Estados Unidos y Europa. Las zonas francas cuentan con los operarios, pero es difícil predecir con qué rapidez los dueños de las mismas lograrán que le coloquen pedidos. La agropecuaria actualmente no tiene acceso a la demanda de nuestros hoteles y de Haití, pero seguirá creciendo, al igual que el comercio. El oro mantiene altos precios.
En conclusión, tardará por lo menos un año en lo que nuestra economía recupera sus tasas de crecimiento anteriores, siempre a partir de los días en que podremos salir de nuestros hogares.
El próximo Gobierno, no importa cuál este sea, enfrentará una situación muy parecida a la de Salvador Jorge Blanco, quien, con el anuncio de México de que no podría pagar su deuda cuatro días anteriores a su juramentación el 16 de agosto de 1982, le cayó encima la crisis bancaria latinoamericana y el inicio de la década perdida.

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