¿Hasta cuándo?

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CARMEN IMBERT BRUGAL
Con el inicio del año advienen las conmemoraciones. Desde el 12 de enero hasta el 21 de diciembre el recordatorio de acontecimientos históricos recientes, enfrenta protagonismos. No hay acuerdos. Unos y otros se agreden regateando pedazos de fama, escondiendo cobardías, pretendiendo prevalecer, ganar lauros a golpe de distorsiones que la realidad desmiente.

Con la antojadiza evaluación de la tiranía se podría argüir que el sesgo autoritario en los análisis, la participación de los opinantes en el régimen, el deseo de exculpación o de olvido, enrarece el debate. Sin embargo, la historia post tiranicidio exigiría rigor, una perspectiva diferente, porque la asumen, la hicieron, personas supuestamente libres del fardo de las culpas, encargadas de la transformación de la sociedad, “enamorados de un puro ideal”.

La indiferencia de la historiografía oficial para nada se enmienda con la garata anual entre sobrevivientes. El interés de difundir los hechos, de comprometer a nuevas generaciones con el arrojo de los idos, con su denuedo para construir un país mejor y diferente, se esfuma. El pleito sustituye la sensatez, la exposición de evidencias, el contexto que determinó el sacrificio de mozalbetes y la ausencia de reacción colectiva. Algunos dicen, pero dicen a medias, otros ocultan, de manera deliberada. Los peores mienten. Trátese de la evocación de Manaclas, de la guerra, del exterminio de Los Palmeros, de Caracoles, la tergiversación es norma. Así pretenden involucrar a los demás con las gestas y su importancia, con el atrevimiento suicida de aquellos grupos urbanos sin posibilidades para transmitir sus ideas y contagiar su valentía. Esquilmados por la intemperancia y las desafección. Disminuida la estructura precaria que aspiraba vencer la modorra nacional y convertir a las mayorías en hacedoras de su destino.

Las conmemoraciones advienen pero convocan a los mismos.
Allegados, descendientes, colaterales, militantes, cuyas vidas, por necesidad, están distantes de las banderas subversivas, sin poder aniquilar de la memoria lo sucedido.

Preocupados por sobrevivir dejando atrás la frustración, aunque otros subsistan apegados a consignas deslucidas y maltratadas.

Todavía hoy, décadas después, evaden discutir las desavenencias. Prefieren escoger un traidor, un culpable, un persecutor. No buscan más allá. No quieren. Como si el castillo construido fuera de arena y la más leve espuma de cualquier ola lo deshiciera. Desprecian a quien opina sin heridas en el cuerpo, sin identidad partidaria o gloriosa.

Como si aquellas jornadas patrióticas fueran exclusivas o emprendidas sólo para lustre personal. Queda pues la duda, la imprecisión, las inexactitudes. De ese modo es muy difícil lograr la identificación con un proyecto anulado por circunstancias que merecen ser sopesadas, entendidas.

¿Por qué el hombre que estremeció multitudes con la mención de las escarpadas montañas de Quisqueya se inmoló sin provocar el efecto condigno en una población sorprendida con la libertad? ¿Por qué cuatro jóvenes enfrentaron a 2000 miembros de las Fuerzas Armadas dominicanas, el 12 enero de 1972, y su acción, sin parangón, produjo la inercia de quienes debían continuar la lucha? ¿Por qué abril logró su momento culminante cuando un oficial de procedencia trujillista, con un cuestionable historial, concitó la reverencia y respaldo momentáneo en el 1965, sin embargo, en el año 1973 su cadáver no alteró la vida nacional?

El exterminio de Los Palmeros no frenó la represión. La razia continuó sin mayores consecuencias que el dolor. Del mismo modo que Joaquín Balaguer, después de la guerra del 65, accede al Palacio Nacional, el sempiterno regente de la cosa pública, retoma el mando en el 1974, con el peldaño de una farsa electoral.

“La izquierda dominicana se enfrentó a sí misma, se destrozó entre sí, como todos los pueblos nómadas que confunden sus rumbos. Se agotó, se extinguió, dejó de ser, ajena a las realidades del simple acontecer cotidiano en un pueblo al que aspiraba conducir, pero que nunca escuchó sus cantos ni entendió sus arengas, ni abrió su alma a la melodía de sus ensueños.” (José Israel Cuello)

La vejez y el silencio, la muerte y el cansancio, deformarán los hechos. Los relatos serán retocados en las tertulias, confundidos entre libaciones necesarias para acallar los tormentos de la derrota o del oportunismo. Es imprescindible cotejar episodios, apreciar confesiones y testimonios. Desclasificar documentos, atribuir responsabilidades. Sin odios ni egos enardecidos. Sin la manida diatriba ni la imputación de apóstata. Decenas de autores extranjeros plasman en sus textos lo que en voz baja se comenta. Ratifican lo inadmisible. La historia requiere contradicciones no de acomodos. ¿Hasta cuándo preferirán lo último?

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