Hasta que volvamos a encontrarnos…

Hasta que volvamos a encontrarnos…

Carmen Waugh Barros

“Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos, que el viento sople siempre a tus espaldas, que el sol brille cálido sobre tu cara, que la lluvia caiga suavemente sobre tus campos y, hasta que volvamos a encontrarnos, que Dios te lleve en la palma de su mano”
Antigua bendición irlandesa
“Yo no hice nada pensado, solo sucedió”
Leonora Carrington
“Éramos jóvenes, bellos. Lo teníamos todo, como una juventud. Mi Dios que bellos éramos silbando, finalmente”. Juan Gelman

El 2 de abril del 2012, me sorprendió el amanecer recorriendo los periódicos de Buenos Aires, leyendo las crónicas de treinta años atrás sobre la guerra de las Malvinas. En mi cuaderno de notas escribí: Guerra de las Malvinas.
Hace treinta años estaba embarazada de Juanito, en Managua. Era una vaca preñada, lánguida, lenta, gorda. Como diría un campesino italiano “Grande bella y gorda como una vaca”.

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Vivíamos en la quinta el Bulin, Carmen Waugh y María José acababan de llegar. Así pesada y lenta las acompañaba al mercado central de Managua a comprar cosas para la casa que tenían con Juan Gelman en las Sierritas de Santo Domingo.


Días después, escribí sobre Camila Vallejo y unas las declaraciones sobre Fidel Castro, María José me recordó que era “tan joven”.


Y entonces como quien saca conejos de la galera en una suerte de prestidigitación fabulosa, entre las dos empezamos a sacar historias, nos pasamos un buen rato intercambiando opiniones, recuerdos, sopesamos estos treinta años transcurridos en aquella chiquilla que era María José cuando llegó a Managua con su madre y esos treinta años transcurridos en el germen que yo llevaba en mi cuerpo, ese joven solar que es Juan Miguel y me di cuenta que la vida nos había abierto caminos, que el viento sopló siempre a nuestras espaldas, que el sol nos iluminó la cara, y que la lluvia cayó suavemente durante treinta años y que cuando volvimos a encontrarnos Dios o la vida nos había llevado generosamente en la palma de su mano. Hoy María José me envió la reseña de un libro sobre su madre editado por Lumen.

Esa Carmen Waugh que fue mi amiga en Managua, que andaba de arriba para abajo buscando obra para su Museo de la Solidaridad Salvador Allende. La Carmen que usaba de bandeja del café una de mis tablas de grabado, la Carmen de cincuenta años de aquel ¿Te acordás, Juan? que escribí con mucha nostalgia en 1996, en el suplemento cultural Isla Abierta, el mismo texto que incluí en el libro “Letra de Mujer” para celebrar mis cincuenta años y que un periódico de Méjico reprodujo el año pasado.


María José, la hija de Carmen Waugh de pronto abrió las puertas de ese pasado donde las mujeres aparecen difuminadas, anónimas, donde cada una hace lo que puede, hacen historia o hacen vida como eso que decía Leonora Carrington: “ Yo no hice nada pensado, solo sucedió”.

A nosotras en Managua solo “nos sucedió” un encuentro entre mujeres, de distintas edades, nacionalidades e historias.
Una mujer de cincuenta años, una mujer de treinta tres años embarazada de su segundo hijo y la hija adolescente que acompañaba a su madre una reconocida galerista chilena.


Esa Carmen Waugh de hace treinta años es la que dio el tono, la savia, el humus para el libro escrito por otra chilena llamada Faride Zerán.


La periodista chilena narra la vida de una de las primeras galeristas de arte en Chile, con un ojo único, envuelta en la vorágine de su tiempo que la llevó a vivir “a la izquierda de la izquierda”, como diría el pintor Roberto Matta de sí mismo.


La reseña del libro describe a Carmen Waugh como una de las personas que más ha contribuido a la historia de las artes visuales del siglo XX en Chile. Pero esta es una historia desconocida, tanto como el personaje que la periodista Faride Zerán retrata en estas páginas. Mujer de pocas palabras, grandes obras y una vida de vértigo, Carmen Waugh transitó de Santiago a Madrid tras el golpe de Estado, luego a Roma con el poeta Juan Gelman, con el cual vivió una relación que la llevó a Nicaragua durante la Revolución Sandinista.


Antes tuvo un encuentro de amistad y amor con Julio Cortázar: “¿Cuándo nos encontraremos en este lugar idiota que es el mundo de nuestros tiempos?”, le escribía el escritor argentino. Entretanto, esta mujer decidida, a pesar de todos los obstáculos, fue dando forma junto con la mítica Payita, la secretaria y amiga del presidente Salvador Allende, a la colección de arte contemporáneo más relevante de América Latina: el Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Es un libro sobre la lucha de una mujer por el arte, el amor y la honestidad estética y política.

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