Cuando se marcha de este mundo una persona como Hamlet Hermann, uno siente que muere una parte de sí mismo y que se pierde un pedazo de Patria.
Con sus defectos y virtudes, fue un hombre auténtico y consecuente con sus ideas y principios revolucionarios.
Vivió intensa y extensamente, aunque nos deja la sensación de que se fue a destiempo.
Se cuidaba físicamente, y en lo intelectual se mantenía vigente con sus investigaciones, artículos y libros.
Era admirado y respetado, hasta por sus contrarios. De temperamento jocoso y juvenil aunque intransigente en su lucha contra la corrupción del sistema.
Defendía con vehemencia sus puntos de vista y fue un crítico inclemente con los compañeros políticos de su pasado reciente.
Su participación en la gesta de abril del 65 y en la guerrilla de playa Caracoles, lo elevaron a la categoría de héroe.
Con esa aureola llegó al Partido de la Liberación Dominicana y aceptó un cargo que ejerció con responsabilidad y honradez.
Pronto comprendió que sus criterios e ideas sobre el Estado y su manejo, no iban acorde con las ejecutorias del entonces primer gobierno peledeísta.
Tuvo la gallardía de renunciar al Comité Central de ese partido y al cargo de director de la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET).
Se fue a su casa en las mismas condiciones económicas con las que ingresó al gobierno y se dedicó a su profesión, a investigar y a escribir, lo que siempre fue su pasión.
Con la dignidad que vivió, sorpresivamente murió, dejando un imperecedero legado de patriotismo y lucha por los mejores intereses de la nación.
¡Descanse en paz!, héroe de la Patria.