Hay que defender al país

Hay que defender al país

Cabe preguntarse, )el hecho de que la inmigración haitiana hacia nuestro país sea «circular», que se mueva de un lado a otro de la frontera, en vez de establecerse definitivamente aquí, le quita veracidad a la invasión pacífica? No lo creo. Los individuos van y vienen, cambian o no, pero la presencia numérica permanece.

No es el caso norteamericano, una nación poseedora de una formidable capacidad de absorción harto comprobada, donde irlandeses, italianos, chinos, japoneses (se vio en la 2da. Guerra Mundial) caucásicos, amarillos, negros o lo que sea, son tragados por un envolvente sentido patriótico norteamericano, por una envidiable energía nacional.

No es nuestro caso. Así quienes vienen aquí desde Haití, )qué más da que se llamen Phillippe o Raoul, Marie u Odette? Cuanta el número, la proporción y lo que ésta representa en esta nación insegura de sus valores, que apenas empieza a atisbar luces de positividad.

La Encuesta sobre inmigrantes Haitianos en República Dominicana, realizada por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y la Organización Internacional para las Migraciones, publicada el 6 de junio en El Caribe, resultando de un extenso y severamente científico trabajo de investigación, informa que casi un sesenta por ciento de los haitianos (59.4%) tenían hasta treinta días en el país y que sólo un 4.5% tenía cinco años o más.

Lo que considero más importante es la fuerte presencia de nuestros vecinos y el modo en que influyen en nuestras costumbres, en nuestros hábitos y creencias.

La República Dominicana es un país de mulatos cuya colaración cutánea va desde el canela -en diversas gradaciones- hasta el marrón-negro. Aquí, salvo casos tan exiguos y dudosos que no merecen ser tenidos en cuenta, aquí -repito- todos estamos mezclados, hasta quienes lucen blancos, como yo.

Eso ofrece grandes ventajas, porque es de las fusiones de donde nace la mejoría racial y el aumento de la capacidad. Pero eso es tema para otro artículo.

La preocupación de muchos dominicanos por la notable presencia haitiana en nuestro país, se debe a que nuestros vecinos representan una fuerza compacta, orgullosa de su negritud y su cultura africana, de su vudú y su magia, hasta de su miseria. Fieles a remotos hábitos de cultivo, comprensibles en las extensiones territoriales africanas, pero insensatas en Haití, han arrasado su suelo. La crueldad de sus gobernantes ha continuado igual que la de los jefes tribales africanos. La cerrazón a cambios de hábitos, por más que se les demuestre lo dañino que son, y por más que se hayan producido intervenciones militares (Estados Unidos ocupó Haití por vez primera de 1915 a 1934 y se retiraron -más o menos- para volver y volver -como canta aquella ranchera mexicana) a invertir toneladas de dólares que no han producido ningún progreso a la nación, aunque sí a los bolsillos sin fondo de los jefes de gobierno y su grupo íntimo.

Haití es tan fuerte y resistente que la presencia norteamericana, que aquí modificó muchas cosas durante la intervención de 1916 a 1924 -aunque buen número de ellas fueran indeseables- en Haití no penetró a influyó para generar cambios hacia el progreso popular.

Es a esa firmeza que ellos tienen y nosotros no, a lo que tenemos. Si nos descuidamos, o seguimos descuidándonos, Haití nos puede tragar.

Mientras tanto, su mano de obra barata, infatigable, capaz de dormir en el suelo y alimentarse miserrimamente, ya sienta una posibilidad que los malos dominicanos aprovechan y viene a resultar que nosotros clases más bajas, incapaces de competir con los vecinos, se ven obligados, por miles, a dejar su tierra, en yolas, de polizones o como sea -hasta ocultándose en el área de ruedas de un avión- o sabiéndose eventual comida para los tiburones.

A pesar de la vigilancia norteamericana, Estados Unidos ha detenido a seis mil cuatrocientos veinte dominicanos ilegales en los últimos ocho meses.

Es la apoteosis de la desesperación.

Al nuevo gobierno que habrá de tomar posesión dentro de menos de dos meses le toca una tarea digna de Hércules y de Solón de Atenas.

No dudo de la capacidad de Leonel Fernández para lidiar con los enormes retos productos de manejos incapaces y bastante mala intención -«mala leche», dicen los españoles-. Las habilidades e inteligencia, la prudencia y capacidad ponderativa de Fernández, son sabe de nuestras esperanzas, que tienen en cuenta que el Mago Merlín no existe. Ni Mandrake.

Hay que darle tiempo y paciencia, pero las cosas se avizoran de acuerdo al rumbo que llevan. Lo habíamos con el presidente Mejía. El desastre no constituye sorpresa alguna.

Con Haití es necesaria una política migratoria claro y bien observada.

Tenemos unas Fuerzas Armadas bien entrenadas y equipadas. Carecemos de otros problemas de vigilancia a la altura de lo que significa Haití y su narcotráfico, sus negocios de armas, sus contrabandos.

No queremos militares vagando ostentosamente por nuestras ciudades, los queremos en la zona fronteriza, vigilándose unos a otros para que el narco-estado no los compre, ni los traficantes de armas los corrompen, ni los «peajes» envenenen a «lo de abajo», los rasos, cabos, sargentos, etc.

Hay que defender el país.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas