El primer paso está dado. Se venció de manera estrepitosa el miedo, y en su lugar se prefirió unir voluntades para marchar en contra de un sistema de impunidad histórica, administrado por políticos y empresarios con tentáculos en todas las estructuras de poder.
Las ocupaciones cotidianas y el espíritu agobiado de los participantes, barreras que limitan la asimilación de su estado actual indigno, fueron sepultados por el entusiasmo y la esperanza de ver un cambio profundo, desde la raíz del mal.
Pero hay que continuar luchando. Haciendo uso de ese legado de Gandhi que expresa la fortaleza de la lucha sin hacer uso de la violencia. Con la plena convicción de que si hoy somos carcomidos por la corrupción e impunidad, es precisamente porque nos hemos resignados a cooperar con aquellos que la imponen.
Las manifestaciones deben continuar porque en la actividad política todavía continúa intacta el origen de la expresión popular del pasado domingo 22, es decir, la impunidad y la avaricia insaciable. Aún persiste el deseo de lucro desmedido que convierte en trizas las esperanza de que las nuevas generaciones vivan con dignidad, al margen de la corrupción.
La marcha pacífica es la manera más idónea para vencer desde su origen la compra de voluntades con el dinero de los contribuyentes y la organización de grupos protectores y defensores de puntos de vistas afines al mismo grupito de siempre.
Solo así podríamos dejarle a nuestros hijos la posibilidad de un futuro mejor, alejado de la injusticia, impunidad, oportunismo, tráfico de influencia, desigualdad social y la corrupción, características que han sido heredadas en nuestro país, y que sufrimos hoy en carne propia.