Hay un agujero en el barco

Hay un agujero en el barco

LEONARDO BOFF
Estaban dos rabinos sentados en el mismo barco, cada cual con sus preocupaciones acerca del futuro de la Tierra. De repente uno de ellos notó que en un lado había un agujero y entraba mucha agua. El rabino alarmado dijo: «Hermano, hay un agujero en su lado y está entrando mucha agua». Y el otro le respondió: «no se preocupe, es sólo en mi lado». No sabía que el agujero de su lado iba a hundir todo el barco. Nos lo contó el rabino Awraham Soetendorp, uno de los principales miembros de la comisión de la Carta de la Tierra, en una reunión de la Carta de la Tierra+5 celebrada en Ámsterdam a principios de noviembre de 2005, al concluir un trabajo en grupo sobre el futuro del Planeta.

Así piensan gran parte de los que producen gases de efecto invernadero: el agujero está sólo en nuestro lado. Sin embargo nuestro Titánic se hunde todo entero. La alarma procede nada menos que de James Lovelock, médico, biofísico y químico, el formulador de la hipótesis Gaia, la Tierra como un superorganismo vivo. El siempre fue un optimista convencido de la capacidad de regeneración de Gaia. Pero ha cambiado, como revela su último libro La venganza de Gaia. Hoy es uno de los profetas más vehementes acerca de los peligros que Gaia está sufriendo. El 18 de enero de este año publicó en The Independent de Londres un artículo “Nuestra única Casa”, en el que dice que se ha vuelto médico planetario y que como médico tiene noticias que darnos.

Los centros de observación del clima de la Tierra -afirma- funcionan como los laboratorios de patología de un hospital. Los médicos especialistas confirman que la Tierra está muy enferma. En un plazo muy breve podría ser víctima de una fiebre morbosa que podría durar hasta cien mil años. «Debo decirles, como miembro de la familia Tierra y como parte íntima de ella, que ustedes, y sobre todo su civilización, corren gran peligro». Esta fiebre puede trasformarse en coma, pues los indicadores del calentamiento -dice Lovelock- superan con mucho las cifras del protocolo de Kyoto, dan miedo. A medida que vaya avanzando el siglo, la temperatura subirá ocho grados en las zonas templadas y cinco grados en los trópicos. Las zonas tropicales ahora desertizadas y las selvas diezmadas perderán su función reguladora. La Tierra entrará en un período de graves perturbaciones.

¿Por qué llegamos a esto? Por haber interferido de manera excesiva e irresponsable en los ritmos de la naturaleza. Ella, sin nosotros, regulaba por sí misma sus climas, pero nosotros hicimos de Darwin nuestro guía. Darwin no tenía conciencia de la química de la atmósfera y de los océanos, ni de la estrecha relación entre la vida y su base físico-química y ambiental, y restringió la evolución solamente a los organismos vivos. Si hubiese percibido que la evolución es de toda la superficie terrestre, otro habría sido el destino de la ciencia y de nuestra conciencia sobre la Tierra, y cuidaríamos de ella como algo vivo.

Pero no somos sólo la enfermedad de la Tierra. Por nuestra inteligencia somos también su sistema nervioso central. A través de nosotros la Tierra se vio a sí misma desde el espacio y empezó a comprender su lugar en el Todo. Debemos ser la mente y el corazón de Gaia. Después de haberla explotado, debemos protegerla, amarla y sellar una paz perenne con Ella. No pensemos únicamente en nuestras necesidades sino en las de todo el sistema Gaia, como nuestra única y gran Casa Común. 

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