He vuelto a soñar con don Joaquín

He vuelto a soñar con don Joaquín

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
A mediados de los noventa, obtener una entrevista periodística con el entonces Presidente Balaguer era más difícil que gestionar un pago sin que mediase alguna borona. Y de una manera que nunca entendí, el doctor comenzó a meterse en mis sueños, conversando conmigo desenfadadamente, en unos diálogos que transcribí diligentemente para evitar olvidarlos. Ahora, más de una década después, este hombre inigualable se me ha vuelto a aparecer, como si de entre tantos dominicanos tuviera que tocarme a mí la canana de esta responsabilidad.

Esta vez fue en mi estudio, en una penumbra que pudo haber sido del amanecer o la prima noche. Vino con todo y sillón, incluido el descansa pies cubierto con una colcha-espuma que parece un cartón para huevos de avestruz, pues parece que allá desde donde vino a visitarme no ha podido curarse de la mala circulación en sus piernas.

Tras un silencio incómodo, le pregunté como estaba. «Bien, bien, gracias. ¿Y usted?». Le digo que también bien, y justo cuando organizaba en mi cabeza una pregunta, él arrancó: «¿Y qué será lo que le ha dado a estos muchachos del partido de Juan? Dice él que nunca pensó verlos así, tan enamorados del poder. Lo más curioso es cómo los de Medina quieren quedarse dentro del gobierno haciéndole la contra a Fernández. ¡Qué gallito! Augusto tuvo que montar su oficina en El Embajador, porque esa gente que estaba conmigo en el Palacio no lo querían. Es verdad, es verdad que la cuña más dura sale del mismo palo».

¿Y en su partido, qué le parecen las cosas?»¿Cómo es la cosa? Dice usted, en el reformista? Je, je, je. Es un milagro que todavía sigan. Ahí veo a Aristy, a Aristy Castro, amarrando y haciendo amarres. Quedan Estrella y Toral. Ahí falta gente. Uno sólo no puede todo.

Guaroa retirado; Matos Berrido, aparte; Morales, con su gente; de los nuevos, los muchachos del final, está Ito Bisonó, está Genao, pero falta gente. Mire a ver, que dizque Hazim perdió en Macorís de un señor que vive en Nueva York; en Santiago votan por Sued, porque lo quieren de síndico, y no sacan al senador. Los que dizque más sabían, no sacan una gata a orinar. ¡Mire que hubo uno que perdió una senaduría de una muda! Mire otro, Alvarez, que tanto afanó y hasta se equivocó, y ahora que ya yo no estoy, es como si él tampoco. ¿Qué usted quiere que le diga? Ese partido, ese partido está partido. Je, je, je».

¿Y si usted pudiera volver, qué haría?

«¿Volver? ¿Volver allá? Je, je, je. No me dejan, no me dejan».

Pero ya que estamos hablando, ¿no tiene ningún consejo que darle a Leonel? Después de todo, usted fue quien lo puso ahí la primera vez.

«¿A quién? ¿A Fernández? No, no, no. Fue el pueblo, el país. Había un problema grave, un freno, un freno que debíamos ponerle, porque si no se colaba el otro».

¿Pero no le aconseja nada, ahora?

«¿Consejo, dice usted? Pues no, no tengo, no sé. El es un estadista. Muy brillante, muy joven. ¿Consejo? No, no. Yo no. Quizás pudiera hacer más gente nueva, suya, más de él.

Veo a algunos, de ellos, de los que están hoy con él, son muy pagados de sí mismos, como imprescindibles, si eso mismo, imprescindibles creen ellos, y no. Nadie es insustituible. Yo tuve grandes colaboradores, muchos. Pero unos llegaban y otros, pues, se iban, a veces. Pero siempre hay más gente, sólo que es difícil, entenderlos. Pero cada uno tiene su uso, cada uno».

Afuera clarea. Parece que era el amanecer. Presiento que el doctor volverá, como amenazaba siempre, pero esta vez a mis sueños, para seguir conversando.

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