Hegel prêt-à-porter

Hegel prêt-à-porter

Hace poco me topé con un anuncio en una revista que ocupaba toda una página del diseñador de modas italiano Brunello Cucinelli. El anuncio me atrajo particularmente por una frase del filósofo alemán Hegel: “The State is the actuality of the ethical idea”, que en español es usualmente traducida como “El Estado es la realidad ética”.

 En un principio, pensé qué diablos pasó por la cabeza de los publicistas que diseñaron la campaña del modisto, pues no veía relación entre el aforismo hegeliano y el negocio de la moda. Todo parecía indicar que sencillamente abrieron un libro de citas y escogieron ésta porque les sonaba bien.

Aunque si fuese algún mal pensado no dudaría mucho antes de vincular esta cita de cierto corte autoritario con los fluidos lazos entre el fascismo y la moda, como lo revela el romance en el París ocupado entre Coco Chanel y el oficial de las SS Walter Schellenberg, la confección de los uniformes nazis por la casa de Hugo Boss, y, más recientemente, el discurso de odio antisemita esgrimido por el diseñador de Christian Dior, John Galliano, que le valió la separación de la casa de modas francesa. No por azar Walter Benjamin señalaba como una de las consecuencias del fascismo la “estetización de la política”, que conduce a que incluso la humanidad pueda “vivir su propia destrucción como goce estético del primer orden”.

 Pero volvamos a la frase de Hegel. Lo que ella implica es que el Estado es la realización de la idea ética, es decir, “el espíritu ético en tanto que voluntad revelada, clara en sí misma, sustancial, que se piensa y se sabe y que cumple lo que ella sabe y en tanto que ella lo sabe”.

¡Ufff…! Con razón, ante pronunciamientos como esos, Ludwig von Mises se preguntaba qué uso práctico podía derivarse de estas disertaciones filosóficas “tan ajenas a los problemas y a las tareas de las políticas económicas y sociales que no pueden influenciar directamente los asuntos políticos”. Sin embargo, cuando Hegel nos habla del Estado ético él no está pensando en un Estado en particular, sino más bien en “la idea del Estado”, por lo que todo Estado, aun uno que “se le declare malo”, es un Estado que encarna el ideal ético, del mismo modo que un hombre, aún abyecto, delincuente, inválido o enfermo, sigue siendo hombre.

 De todos modos, hablar del Estado como encarnación de la idea ética suena casi sarcástico en los oídos de los latinoamericanos. Ya lo decía Jorge Luis Borges: “El argentino, a diferencia del americano del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción.

El Estado es algo impersonal; el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o disculpo. Lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel: el Estado es la realidad de la idea moral, le parecen bromas siniestras”.

 Los latinoamericanos desconfiamos del Estado pero paradójicamente apostamos por un Estado grande que pueda hacer frente a las tareas que le encomiendan nuestras constituciones. Lógicamente, siempre y cuando este Estado no implique pagar más impuestos. En otras palabras, queremos un Estado grande en gastos pero pequeño en ingresos. ¿Es el Estado dominicano grande en gastos? Según Andy Daujhare no, por lo menos en lo que respecta a gasto en nómina. Parecería entonces que necesitamos más empleados públicos, aunque, en todo caso, debería tratarse de más y  mejor pagos profesores, policías, médicos y enfermeras. ¿Es grande en ingresos nuestro Estado? Se habla de que tenemos una relativa baja presión tributaria pero, ¿sobre quién?

Los empresarios, a pesar de que saben que “en este mundo nada es seguro, excepto la muerte y los impuestos”, piensan que la presión recae fundamentalmente sobre ellos e insisten en la reducción del gasto público y de la evasión tributaria. Siguiendo al resurrecto Keynes, es decir, integrando al análisis económico las expectativas a corto plazo, pues en el largo “todos estaremos muertos”, si para que haya consumo y ahorro es necesario generar rentas y las rentas son generadas por la inversión, queda claro que si las expectativas de los empresarios son pesimistas entonces no se producirá esta inversión y, consecuentemente, los impuestos sobre el consumo y el ahorro no generarán los ingresos que procura la reforma fiscal.

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