Henri Christophe con i…..

Henri Christophe con i…..

POR GRACIELA AZCÁRATE
Si el viejo poeta viviera y leyera los periódicos nacionales, incisivo y mordaz proclamaría: “Historia: eres olvido”.

Y si, a una la invade la melancolía cuando en las vísperas de la conmemoración de los setenta años de la limpieza étnica que significó la matanza del  pueblo haitiano, en 1937,  lee  un artículo donde se juzga absurdo que en Haití conmemoren esa fecha de horror para ambos países. Sugieren olvidar el asunto, no remenearlo porque sino hay que recordar una matanza llevada a cabo por haitianos  en Moca.

Es como si en Argentina les mandaran decir a las Madres de Plaza de Mayo que no remeneen el asunto de 30.000 jóvenes desparecidos porque ‘por algo será”, “algo habrán hecho”, eran “subversivos que atentaban contra la ideología occidental y cristiana”.

O por ejemplo, pensar en esos indios malos, que atacaban a los blancos de los fortines cuando en realidad lo que hacían era resistir la limpieza étnica llevada a cabo por el general Roca y el ejército argentino para quitarles a los tehuelches y mapuches sus tierras ancestrales y asegurar las mejores tierras a la oligarquía vacuna que debía proveer de carne al exigente  mercado de Inglaterra.

Quisiera a veces equivocarme, que me dijeran que fui suspicaz y maliciosa pero no me equivoqué cuando juzgué  vacío y retórico el homenaje a Jacques Roumain.

En definitiva , si este es el año de la lectura y el libro lo que debemos hacer los trabajadores de la cultura y la intelectualidad es enseñar a leer, a hilvanar el pensamiento del pasado, negarse a prestar credibilidad a  la “historia oficial” que mantiene el prejuicio racial, oculta las verdaderas razones de la historia de la isla  y oculta los intereses espurios.

Pero la práctica de la lectura con sentido, sin memorizar y repetir como un loro debe empezar por los propios periodistas, escritores, maestros  y trabajadores de la cultura.

Porque la responsabilidad profesional está en informar con objetividad, sin mala fe, confirmando las fuentes pero sobre todo corroborando los datos, las fechas y los personajes citados.

Por ejemplo, voy a contar  algo que me tiene meditando desde el 2 de agosto del 2007.

A raíz del   festejo del Centenario del nacimiento de  Jacques Roumain, de mi amistad con los jóvenes de espacinsular y de mi vida en Haití me comprometí a mí misma y les propuse a los chicos de la revista digital escribir una serie de textos, revisando y reelaborando  un pequeño ensayo que escribí sobre las migraciones cocolas y haitianas. Saqué todos mis libros sobre Haití, releí  toda la obra de Alejo Carpentier , leí con deleite los textos de Miguel de Mena sobre las hermosas ediciones de autores haitianos editados  por Editora Taller, pero cuando leí  el comentario de una periodista  que decía lo que había aprendido de la cultura gatronómica haitiana en una comida ofrecida por unos estudiantes de hotelería y lo poco que se conocía de ese país a pesar de la cercanía y el prejuicio, lo confieso,  empecé a languidecer.

El 2 de agosto de 2007, en la página 41 de la revista Clave el periodista  Panky Corcino escribió un texto sobre religiosidad popular haitiana, describió las fiestas del 24 y 25 de julio en el Cabo Haitiano  en la localidad de Limonade.

Lo leí con mucha curiosidad porque en 1982 y 1983 vivíamos en Haiti y viajamos al norte  para visitar la Citadelle, y debo confesarlo arrastré a mi marido y a mis hijos,  y como si se tratara de un viaje a La Meca recorrí el escenario que en 1946, sirvió de  modelo  para que Alejo Carpentier escribiera “ El reino de este mundo”.

Desanduve los libros de mi abuelo materno, un abuelo argentino que no conocí y que tenía una biblioteca en francés donde hablaba de los “jacobinos negros”.

Subimos a lomo de mula hasta La  Citadelle, escuché  las historias de aquella fortaleza que sirvió para que el genial cubano perjeñara el famoso “realismo mágico” que es el sello de identidad de la literatura latinoamericana.

Cuando en el subtítulo Plegarias, Panky Corcino escribió: “En este templo descansan los restos mortales de Henry Christophe, quien gobernó el norte de Haiti y se proclamó rey en 1911. El político se suicidó en 1920 deprimido por no poder dominar una insurrección armada”, lo confieso caí fulminada de un infarto, o con una apoplejía como el viejo rey haitiano.

Como el fragor que anunciaba el cataclismo de la Revolución Francesa en el Caribe, con la magistral literatura de Alejo Carpentier y la premonitoria poesía de don Manuel Rueda,  el sordo murmullo del caracol libertario, el ruido de esa rebelión y lucha sin cuartel que es la historia de la cimarronería en América  me invadió.

No. No es Henry Christophe con y, ni es contemporáneo del siglo XX.

Fue un cocinero haitiano, un esclavo negro que preparaba comidas en una fonda del  Cabo Francés, el mismo que se integró a un grupo de ochocientos voluntarios que participaron en la guerra de independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica a las órdenes del general  George Washington. Es el Henri con i uno de los que intervinieron en el heroico sitio de Savannah, entre los que figuran precisamente cuatro de los mas notables caudillos de la revolución haitiana: Beauvais, Chaavane, Rigaud y Henri Christophe.

Vincent Oge y Jean Baptiste Chavanne, son los líderes mulatos que encabezan la insurrección en el Cabo Haitiano. Pagaron con su vida y son el umbral a la rebelión de negros que prende en el norte y se riega como la pólvora en la rica hacienda de Lenormand de Mezy, cerca de Milot.

Preso  y muerto en el Jura Toussant Loverture, y vencidos los franceses en 1803, el primer presidente republicano de Haiti  fue  Jean Jacques Dessalines. En 1805, proclama la monarquía, se corona emperador y un año después es asesinado en una emboscada. Ahí entran en escena Henri Christophe y el general Petion que se disputan la hegemonía del país. Henri Christophe, negro, inaugura una monarquía en el norte del país.

 Petion, es mulato y aboga por la República en el sur del país.

Siete años escasos duró el reinado del rey Christophe.

La Citadelle, fortaleza delirante, fue mandada construir por él,  precisamente para detener cualquier invasión napoleónica.

Desde el palacio de Sans Souci  reinó sobre aquella corte que fue denostada y ridiculizada. Que sirvió para escribir obras de teatro como “La tragedia del rey  Christophe”  del martiniqués Aimé Cesaire, o que sirvió de modelo para las novelas escritas por Alejo Capentier sobre el  Caribe, la revolución francesa y Europa en América.

Dice una crónica que : “no pasaba de un cuarto de millón el número de sus súbditos. Sin embargo, aquel minúsculo reino, pese a todos sus desmanes y a lo caricaturesco de sus personajes y hábitos  que se antojen a la mentalidad de sus contemporáneos y  a juicio de muchos historiadores de hoy día, contribuyó decisivamente a  la conformación de la actual nación haitiana, que no en balde ha honrado la memoria de Christophe con el calificativo de “el civilizador”.

Recién inagurado el reino de Henri I, en 1804, se iniciaron los trabajos de la  construcción de  la Citadelle. En 1820, cuando tiene lugar  su suicidio, ya la Citadelle era una fortaleza que había sido inaugurada y estaba habilitada y en condiciones militares de cumplir las tareas de defensa.

Cuando se eclipsa su buena suerte y cunde el descontento y la deslealtad asoma, en la trágica agonía de su cuerpo paralizado por una apoplejía, él se dispara una bala de oro en la sien,  en el palacio de San Souci,   antes da precisas instrucciones para que lo sepulten en la fresca argamasa destinada a unir los últimos sillares de La Citadelle.

La fortaleza más delirante de las Américas, guarda en su interior trescientos sesenta y cinco cañones que fueron subidos a lomo de mula y tirados por una masa de negros dispuesto a pelear por su libertad.

Hasta diez mil personas podía albergar la Citadelle en caso de asedio , y “es fama que cuando la turba la invadió a la muerte del monarca, hallaron en sus graneros y depósitos catorce millones de libras de café, ocho de algodón y parecidas cantidades de arroz, maíz y patatas”.

El rey Henri Christophe, el  Henri con i terminó confundiendo su sangre con la de los toros que le fueron ofrecidos en sacrificio, con los miles de hombres y  mujeres  que se inmolaron. Él mezcló su sangre en la argamasa de esa mole alucinante  y dejó grabada para la posteridad aquella frase histórica que pronunció al incendiar el Cabo Haitiano para expulsar a los ejércitos franceses de Leclerc:  “Yo renaceré de mis cenizas”.

FUENTES:

Clave. Jueves 2 de agosto de 2007: Panky Corcino: La religion católica y el vudú se confunden en las fiestas religiosas haitianas.

Revista de OEA: Imagen de Haiti. Marzo de 1972.

Correo de la UNESCO. El Caribe. Voces múltiples de un archipiélago mestizo. Diciembre 1981.

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