República Dominicana y Haití comparten el territorio de una isla y esta realidad da, por fuerza, lugar a una reciprocidad inevitable.
Diferencias de todo tipo -culturales, idiomáticas, sociales, económicas, costumbristas y así por el estilo- caracterizan a ambos pueblos, pero no son barreras insalvables.
Extrema pobreza del lado haitiano y una bondad económica relativa del lado dominicano, determinan el curso de flujos migratorios bastante densos que fortalecen la reciprocidad entre ambos pueblos.
Por esas causas es importante que los liderazgos de un lado y de otro trabajen de modo común en todo lo que atañe al presente y porvenir de la isla.
Y tiene una alta significación el hecho de que en estos momentos las voluntades de los presidentes Leonel Fernández y René Préval empujan en la misma dirección, como ha quedado de manifiesto en la reciente breve visita del presidente haitiano a nuestro país.
República Dominicana y Haití tienen que trabajar juntos en materia de salud, educación, preservación ambiental, explotación racional de los recursos naturales, reforestación y explotación racional de bosques, en proyectos de desarrollo para generar empleos del lado haitiano y otros ámbitos.
Pero también se requiere un arduo trabajo en materia institucional, materia en la cual los dominicanos tienen mucho que aportar al pueblo haitiano.
Es preciso reanudar las negociaciones iniciadas por una comisión bilateral que llegó a establecer los principios de acuerdos en diversos aspectos. Hay que actualizar los puntos acordados y abordar otros surgidos desde que fueron interrumpidas las conversaciones.
Hay que aprovechar que las voluntades de los presidentes de ambos países están alineadas en la misma dirección para darle forma a una agenda común de trabajo que permita poner en marcha planes concretos.
Al margen de lo que la comunidad internacional ha debido hacer y no ha hecho, para Haití y República Dominicana es ineludible el deber de afrontar de manera conjunta los problemas comunes, que por cierto son muchos.
¿Corroboración?
Un estudio cuyos resultados fueron divulgados este viernes en los medios de comunicación da cuenta de que en el 2006 los dominicanos gastaron seis mil millones de pesos en macuteo.
Esta información parece corroborar recientes declaraciones de un alto funcionario del Gobierno, según el cual la corrupción parece institucionalizada en este país.
Por su naturaleza, el macuteo es una de las formas más abundantes de corrupción en la administración pública.
Es un odioso híbrido de soborno y extorsión que involucra valores que se cobran y pagan indebidamente por determinados servicios, generalmente oficiales.
Seis mil millones de pesos es una suma respetable, que en el caso que nos ocupa nos permite medir la gravedad de la corrupción en nuestro país.
De alguna manera habrá que enfrentar este problema moral que crece y se arraiga en nuestro país, que parece consustancial al ejercicio de funciones públicas.
Las autoridades, los líderes políticos, en fin, todos estamos obligados a tomar en serio estas cifras alarmantes que cuantifican nuestros gastos en macuteo.
Es un serio problema de moralidad que está sepultando nuestros mejores valores y que amenaza con destruir todo vestigio de confianza en nosotros mismos.