Héroes a mi alrededor

Héroes a mi alrededor

JAKSONVILLE, Florida.- Más veces de las que quisiera admitir he cometido la osadía de creerme que tengo el mejor trabajo del mundo.

Y confieso que a veces, en momentos de absurda soberbia, he llegado a compadecerme de aquellos que no pueden hacer lo que yo hago casi a diario.

Soy médico intensivista y neumólogo dedicado al cuidado de pacientes con enfermedad avanzada del pulmón, y la mayoría de ellos tiene dos cosas en común: 1.- El simple hecho de respirar, lejos de ser algo espontáneo y hasta placentero, es una agonía consciente que padecen cuando duermen. Y, 2, están envueltos en una desesperada carrera contra el reloj ya que, más temprano que tarde, morirán prácticamente asfixiados…¡ a menos que reciban un trasplante de pulmón !

A primera vista pudiera pensarse que trabajar con semejante grupo de personas es algo estresante y hasta deprimente. Y muchas veces lo es, pero estos pacientes son algo más que un reto profesional: son fuente constante de inspiración por la valentía que exhiben ante su infortunio, y un recordatorio perenne de lo afortunado que soy, porque tanto mi familia como yo gozamos de buena salud.

Las historias de estos pacientes llenan, sin proponérselo, una gran parte de mi vida, porque todos ellos, desde los que se paran frente a los centros comerciales a recaudar dinero, hasta los que llegan en sus aviones privados, tienen algo que contarle al mundo. Hoy quiero rendirles homenaje compartiendo algunas de sus

vidas con ustedes.

[b]Primer caso[/b]

BW es una adolescente de rostro de una pureza absolutamente angelical, cuya pierna izquierda le fue amputada cuando tenía ocho años de edad, debido a un raro cáncer en el hueso de la misma. Más tarde se le diagnosticó una metástasis en el pulmón, por lo que fue sometida a cirujía y a un intenso tratamiento de quemoterapia.

El cáncer fue milagrosamente curado, pero la radiación le produjo cicatrices en los pulmones que la llevaron al borde de la muerte.

Conocí a BW en el gimnasio del hospital, mientras hacía ejercicios. Su obstinada sonrisa casi disimulaba con éxito sus labios azulados por la falta de oxígeno, y su buen humor no disminuía ni siquiera cuando, jadeante, casi colapsaba por el esfuerzo. Jamás la oyó nadie quejarse ni lamentarse de su suerte y, cuando finalmenete se realizó el trasplante, fue un día de oración y, más tarde, de fiesta para todo el personal.

Cuando volvió a su pueblo, luego de más de un año de ausencia, las ambulancias, junto a los carros policiales y de bomberos, se unieron a un desfile improvisado y los vecinos colgaron centenares de lazos en los árboles para recibirla. Meses después, luego de obtener las mejores notas de su promoción, era coronada como reina del baile de graduación. Actualmente se dedica a escribir un libro sobre su odisea.

[b]Segundo caso[/b]

JK tiene 66 años, más del máximo aceptado para recibir un trasplante de pulmón. Tenía mi discurso ensayado para explicarle que, por razones de edad, posiblemente no podría ser trasplantado. Pero nada me preparó para enfrentar a su nieta de cinco años quien, sin mediar palabra, e ignorando olímpicamente las frases protocolarias de introducción, me preguntó si yo era el médico que iba a curar a su abuelito.

Entonces me enteré que, a pesar de su devastadora enfermedad, su abuelo había asumido la custodia de la niña, debido a una situación familiar.

»A lo único que temo – me dijo JK – es a dejar a esta niña desamparada». Salí del consultorio preso de una abrumadora responsabilidad y con una sola idea en mi mente: de alguna manera tenemos que trasplantar a este hombre». JK fue trasplantado exitosamente y, poco después, su nieta, otra vez sin la cortesía de un previo aviso, me catapultó hasta la gloria con un tímido, «gracias», mientras abrazaba a su revitalizado abuelo.

A veces, frases triviales me ayudan a sobrellevar los problemas de la vida diaria. » ¿ Cómo se siente hoy, señor B ?. Excelente doctor. Hoy tomé una bocanada de aire completa y no me desmayé tosiendo». De repente se me antojó pensar que tal vez la filtración de agua que había encontrado esa mañana en el techo de mi casa no era un problema tan serio como creía».

[b]Tercer caso[/b]

TP fue sometido a un trasplante de corazón y pulmones, pero su caja torácica había sido dañada por la enfermedad en tal forma, que literalmente se encogió hasta el punto que los nuevos órganos no cabían en la misma. Durante 11 de los peores días de mi vida su esposa mostró una dignidad y compostura que, de alguna manera extraña, reconfortó a todos nosotros.

Pero el final fue inevitable y una madrugada, mientras observaba, completamemte exhausto, el dolor en su rostro, en el que de una manera casi sobrenatural se reflejaban las luces de los monitores que anunciaban la partida inminente de su compañero de toda la vida, no pude resistir más y tuve que salir…¡ a llorar !

Después me enteré que esa señora, que acababa de perder a su esposo, me había estado buscando…¡ para reconfortarme ! ¿ Se imaginan ? [b]Cuarto caso[/b]

BJ tenía un enfisema tan severo que pensábamos que no sobreviviría lo suficiente para encontrar un donante. Con un optimismo que rayaba en lo irracional, sobrevivió a varias infecciones y a un sangrado intestinal, pero un día pasó lo que temíamos y cayó en un fallo respiratorio, requiriendo de un respirador artificial. Mientras se escapaba su vida, en medio del estoicismo desesperado de su esposo, decidimos practicarle una traqueotomía para que estuviera más cómoda.

Cuando iba de camino al cuarto para obtener de su esposo el permiso para llevar a cabo el procedimiento, recibí la llamada que había estado esperando: ¡ Había un donante !

Cambié el documento, y en vez de «traqueotomía» escríbí «trasplante del pulmón» y, con mal disimulada emoción, mientras le mostraba el papel al esposo, le dice: «Señor J, ha habido un pequeño cambio de planes. Creo que no necesitaremos la traqueotomía después de todo». Meses de angustia y sacrificios estallaron en un raudal de lágrimas, mientras caía de rodillas aferrándose a mis piernas, como si el milagro hubiera sido cosa mía.

[b]Nueva familia[/b]

Nuestros pacientes trasplantados han formado una especie de nueva familia y ahora dedican parte de sus renovadas energías a ayudar a otros enfermos, a promover la abstinencia del cigarrillo, etc. Cada vez que alguien del grupo debe ser hospitalizado, se forma un desfile de compañeros para ponerse a la orden.

Cuando llamamos a alguien para ser trasplantado, el grupo se entera y de inmediato surgen voluntarios para el transporte, cuidar a los niños, etc.

[b]Quinto caso[/b]

A veces, las anécdotas adquieren un carácter místico, casi sobrenatural. La señora FJ llamó una mañana a un colega mío para decirle que había viajado a nuestra ciudad ese día porque Dios le había dicho que su donante aparecería esa noche.

Como no era la primera en la lista y no había ningún donante potencial en el ambiente, mi colega no pudo más que compadecerse de la pobre señora. Pero su compasión no duró mucho, pues esa misma noche tuvo que llamarla para decirle que, efectivamente, había aparecido un donante para ella. «Ya lo sé, doctor, voy de camino». [b]Sexto caso[/b]

Otro caso parecido fue el de RB quien, luego del trasplante, quiso conocer a la familia del donante, una joven que había fallecido trágicamente. Se enteró que había sido una persona excepcional, atleta y voluntaria de varias organizaciones caritativas. Tambien supo que tenía por costumbre escribir en una pizarra de su cocina frases estimulantes que hubiera encontrado en cualquier parte.

Cuando sus familiares fueron a poner en orden el apartamento de la occisa, el doloroso ritual de remover los recuerdos impregnados en los objetos de la casa se convirtió en una casi jubilosa resignación, cuando encontraron que, el día en que salió de su hogar para no volver jamás, dejó escrito algo que puede traducirse así: » Deja que tu corazón se llene de murmullos de amor a los demás y que tu alma se alimente con susurros de compasión. Prepárate… aquí viene la vida». Es difícil substraerse a la tentación de pensar que ésta joven tan especial estaba predestinada para dar vida a otros menos afortunados.

[b]Nueva perspectiva[/b]

Mis pacientes me han ayudado a verlo todo con una perspectiva diferente, a entender que si tenemos comida y salud, la mayoría de nuestros problemas son triviales y no merecen el exceso de bagaje que imponen en nuestras vidas; a disfrutar las cosas sencilla, como el placer inesperado de corretear con mi pequeña hija, sabiendo que al final me quedará el aliento necesario que me permitirá urdir una respuesta coherente y explicarle por qué no encontramos el final del arco iris detrás del promontorio que escalamos, o la certidumbre de que no necesito desafiar al destino para verla crecer.

Por eso, cuando mis demonios internos, disfrazados de deudas pendientes o aumentos en el precio de la gasolina, tratan de tomar por asalto mi tranquilidad, pienso en aquellos que día a día se conforman con el simple hecho de seguir respirando y me convenzo, una vez más, de que soy un privilegiado de la vida.

Es muy probable que no tenga el mejor trabajo del mundo… pero rodeado como estoy por verdaderos héroes, por lo menos creo que se me juzgará con clemencia la próxima vez que sufra otro ataque de absurda soberbia.

N. de R.- El autor es dominicano y médico intensivista y neomólogo de la mundialmente famosa Clínica Mayo, cuya sección de trasplantes de corazón y pulmones está ubicada en la ciudad de Jacksonville, Florida. Es graduado con honores de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, habiendo estudiado sus especialidades en el San Barnabás Hospital, de Nueva York, y en el Hospital Metodista, de Houston, Tejas.

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