¡Hey, Estados Unidos! En el arte de la guerra comercial, China es experta

¡Hey, Estados Unidos! En el arte de la guerra comercial, China es experta

Mientras las economías más grandes del mundo trastabillan hacia una guerra comercial total, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tuitea en mayúsculas, pero tiene una vara corta.
“Estamos en el lado perdedor en casi todos los acuerdos comerciales. Nuestros amigos y enemigos se han aprovechado de Estados Unidos durante muchos años. Nuestras industrias del acero y aluminio están muertas. Lo siento, es tiempo de cambiar”, escribió el 4 de marzo el mandatario estadounidense en Twitter.
Después de que el asesor económico jefe de la Casa Blanca, Gary Cohn, anunciara su dimisión el martes, la administración Trump está considerando aranceles sobre una serie de importaciones chinas desde zapatos y vestuario hasta bienes electrónicos de consumo, dijeron fuentes familiarizadas con el tema a Andrew Mayeda y Jennifer Jacobs de Bloomberg News.

China «tomará las medidas necesarias» si se perjudican sus intereses, aseguró el domingo el viceministro de Relaciones Exteriores, Zhang Yesui. ¿Qué lado tiene mejor ordenadas las divisiones para conseguir la victoria en este conflicto?

Una lección de la guerra real es que las batallas tienden a ganarse y perderse en el frente interno, y en ese sentido, Estados Unidos está trabajando bajo una desventaja significativa.

Sus principales importaciones desde China corresponden en su gran mayoría a bienes de consumo, donde el efecto predecible de los aranceles será aumentar los costos para los ciudadanos estadounidenses, como señala Tim Culpan de Gadfly.

Las categorías más grandes son computadoras, teléfonos, tejidos, otras prendas de vestir y juguetes.

No será fácil para las firmas minoristas estadounidenses reemplazar estos productos. En cada uno de los sectores de consumo en los que las exportaciones chinas al país de Donald Trump superaron los 5 mil millones de dólares en 2016, China correspondió a más de un tercio de las importaciones estadounidenses por valor.

Las cadenas mundiales de suministro no pueden abastecerse desde regiones rivales con la suficiente rapidez para evitar un impuesto a las billeteras de los compradores, en caso de que se impongan aranceles adicionales.

La solución ideal, desde la perspectiva de Trump, sería que la producción nacional acudiera en su ayuda, pero hace tiempo que eso ya no funciona.

En la fabricación de prendas de vestir, la fuerza laboral en las líneas de producción estadounidenses se han reducido en más del 90 por ciento desde 1990 y la industria electrónica ha perdido casi el 40 por ciento de sus empleos.

Dado que la propia China ve cómo las industrias abandonan el país en busca de lugares más baratos en el sur y sureste de Asia y África, son escasas las posibilidades de que esos puestos de trabajo vuelvan a Estados Unidos.

En contraste, China importa principalmente productos intermedios y piezas desde territorio estadounidense, encabezados por la soya, los aviones, los automóviles, los circuitos integrados y el plástico.

El costo de cualquier arancel de represalia sobre esos productos se traspasará a través de una serie de productores antes de que cualquier ciudadano lo sienta en su bolsillo y, de todos modos, las dictaduras no tienen que preocuparse tanto por la reacción popular.

Si Xi Jinping decide contraatacar, mira lo que sucede a la industria de los semiconductores. Una cuarta parte de las exportaciones de chips estadounidenses se dirigen a China, pero eso constituye solo el 3.8 por ciento de las importaciones totales de circuitos integrados de la República Popular.

Un cambio relativamente pequeño en los patrones comerciales chinos podría asestar un golpe devastador a uno de los negocios de exportación más exitosos de Estados Unidos.

La soya también podría entrar en la línea de fuego. China consume más del 60 por ciento de las exportaciones estadounidenses de la legumbre, pero ese intercambio comercial representa solo el 12 por ciento aproximadamente del consumo chino, al menos medido por la producción nacional más las importaciones.

Imponer gravámenes a esas importaciones intensificará las cosas en un momento en que los precios mundiales de la semilla están en un máximo de dos años, lo que aumentará la presión sobre los procesadores y agricultores que usan soya; pero los precios del cerdo, el sector de uso final más crítico en China, han estado disminuyendo durante 12 meses consecutivos, por lo que podrían asumir un leve aumento.

El movimiento más inteligente para China podría ser no hacer ningún cambio. A pesar de los alardes de Xi en Davos y en otros lugares, el historial de libre comercio del país es sombrío, una potencial desventaja si las cuestiones derivan en una guerra comercial más amplia.

La mejor política sería dejar que Trump aumente los costos para los consumidores estadounidenses con aranceles imprudentes, negarse a tomar represalias y luego posar como la víctima inocente.

Los gobiernos en la esfera de influencia de Washington, motivados por inversiones estratégicas en empresas como Deutsche Bank y la eléctrica brasileña CPFL Energia, y desconcertados por la postura agresiva de Trump, pueden ser persuadidos de considerar a Pekín como el aliado más amigable.

Esa sería la mayor victoria para un presidente chino sin límite de mandatos y con miras a la posteridad: doblegar al enemigo sin luchar, como escribió el filósofo chino Sun Tzu, es el arte supremo de la guerra.

*China apenas exporta soya: 114 mil toneladas métricas en 2017, según estimaciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, lo que se compara con los 159 millones de toneladas de producción nacional y los 96 millones de toneladas de importaciones.

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