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Fue el año de 1984, siendo nosotros el presidente de la Comisión Hípica Nacional, que en nuestra mente se adentró una idea de modernizar el viejo y glorioso Hipódromo Perla Antillana, idea que nos surgió al visitar el play deportivo de la escuela normal de la calle Duarte, al que les habían instalado una torres lumínicas; al verla me comuniqué con la compañas que las habían instalada para que nos hicieran un presupuesto de cuantas de ellas se necesitaban para poder correr de noche, o cuando el manto de la misma noche cayera sobre el redondel.

 Igualmente nos pusimos en contacto con una compañía que se especializaba en instalaciones eléctrica, que si mal no recuerdo era de nombre “Bojo” o algo así, para la confesión de una pizarra lumínica, similar a las de los play de pelota donde se figuran los bolas y los Strike, con finalidad de que los montos jugados por la fanaticada en cada competencia, no fueran con la odiosa modalidad de la tiza, que en forma manual en la que un empleado escribía en la pizarra, los montos que les dictaban.