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Con el objeto de restar peso a los ejemplares, en múltiple lugares se los despojó de la pesada montura y los jinetes cabalgaron “a pelo” al estilo indio, costumbre que aún persiste en numerosos países. Con o sin montura, las carreras de caballos “de dos en dos”, fueron populares desde Canadá hasta Argentina, inolvidable son, por ejemplo, las relaciones de Don Segundo Sombra, relatándolas “cuadreras” entre los gauchos, espejo en el que paisaje se vela de cuerpo entero. De extremo a extremo del continente, los americanos se enamoraron del raudo galopar del caballo. Lo mismo había sucedido ante todo el planeta, desde la domesticación del caballo, En cualquier lugar, en cuanto el caballo pasó a formar parte del conglomerado humano, se convirtió en elemento del cual ya no se pudo prescindir. Por eso bien puede decirse que el hombre progresó al ritmo de sus caballos. Sin embargo se ignora la época en que el hombre empezó a servirse del caballo, ni tampoco se sabe qué pueblo dio origen a las carreras. En esa relación se pierde en la noche de los tiempos. Se supone que el deporte nació entre las tribus errantes de Asia, casi todos los criadores de caballos y cuyo fanatismo por cada clase de diversión es quizás, todavía hoy, insuperable.