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En la prolongada etapa colonial y en no pocos dominios castellanos, los naturales tenían prohibido montar a caballo, o lo hacían mediante permiso excepcionales. La desobediencia se castiga severamente, incluso con la pena de muerte. Por eso, cuando alcanzamos la vida independiente, también conquistamos –literalmente- en pleno derecho de montar a caballo. Y a caballo lograron sus gestas Bolivar y tantos otros valientes, a caballos aprendieron a ser libre. Una vez encima del noble equino, indígenas, criollos y mestizos se formaron en formidables equitadores. No resulta, pues, una sorpresa, las sonadas victorias internacionales obtenidas por los jinetes latinoamericanos en el ámbito del hipismo mundial. La zona del Caribe ha tenido en el curso de recientes años, importante aporte en ese capitulo. Multiples y penosos problemas internos incidieron para detener la marcha del turf caribeño. Desde de fines del siglo pasado, los engranajes hípicos nacieron se diluyeron de igual manera. Era difícil vertebrarlos, y continuarlos. Las carreras “a la usanza inglesa” constituyeron, en un principio rotundos fracasos. Hubo que reactivar una y otra vez, a medida que las condiciones generales mejoraran. Pero al fin llegó el día.