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Los mencionados caballos, eran descendientes de los corceles usados por los moros durante su prolongada estancia en suelo ibérico. Equinos que con el tiempo iban a cruzar los mares trasportados por “pájaros de gigantes alas blancas”, para integrar, con la lengua, con la religión y con la cultura, el legado de la Católica España a las Américas.
“Y todo era ordenado”, se escuchaba la voz del viejo soldado compañero de Cortéz, dictando a sus amanuense en un estilo sin pretensiones, pero saturado de esa misteriosa palpitaciones que proporcionan fuerzas comunicativa nos mandó a percibir para embarcar, y que los caballos fuesen repartidos en todos los navíos; hicieron un pesebre y metieron mucho maíz y hierba seca.
Quiero aquí poner por memoria todos los caballos y yeguas que pasaron: Capitán Cortés un caballo castaño zaino, que luego murió en San Juan de Ullúa. Pedro de Alvarado y Hernán López de Ávila, una yegua alazana, muy buena, de juego y de carrera, y desde que llegaron a la Nueva España, Pedro de Alvarado le compró la mitad de la yegua o se la tomó por fuerza, Juan Velásquez de León, otra yegua rucia muy poderosa, que la llamaban La Rabona, muy revuelta y de la buena carrera, igualmente como muchas de ellas, que eran una clase excepcional. Los seguidores de la hípica a nivel nacional e internacional le gustan estos temas en la columna.