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Si un caballo percibe que le tenemos miedo, no nos dejará acercarnos, explica Martín Hardoy «La única forma de abordar sin temor a un caballo salvaje es atarle las patas para que no de coces”. Se le sienta entonces sobre el cuello y empieza a frotarle vigorosamente la frente, los belfos, las orejas y alrededor de los ojos. El animal estará bañado en sudor y los ruidos que salen de su garganta parecen más gruñidos que relinchos. El masaje dura unos 15 minutos. Hardoy pasa otros 10 trenzándole, destrenzándole y acariciándole la cola. El potro muestra entonces un cambio notable; está más relajado que nunca. El domador le desata las patas y se la frota para restablecerle la circulación.
Le echa un poco de agua en los ollares. El animal despierta sobre saltado y se vuelve a poner en cuatro pata, “es un truco viejo”. Después de ponerse en cuatro patas Martín Hardoy, le sopla en las narices y el potro responde con un fuerte resuello. “Estamos intercambiando olores… Digamos es el apretón de mano de un caballo”. El siguiente paso es acostumbrar al animal a llevar a una persona en el lomo. Muy despacio, Hardoy se acerca al potro desde atrás. Después de acariciarle el costado y el anca, le apoya el pecho contra el costillar.