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Encontré en mis viejos archivos un trabajo elaborado por Jonathan Kandel, sobre un domador de caballo de nombre Martín Hardoy, que con un estilo encantaba a los caballos. Encaramados en la cerca del corral, los rudos y fogueados gauchos de piel curtida apenas disimulaban una sonrisa desdeñosa ante la extraña demostración que estaban presenciando. Dentro de corral, en una estancia de 600 hectáreas situada en la cercanía de la tierra, al suroeste de Buenos Aires, Martín Hardoy, de 41 años, un de los mejores domadores de caballos de Argentina, escoge al más indícil de diez potros salvajes. Se dispone a probar que puede hacerse obedecer hasta por el animal más arisco con sólo usar una voz suave pero firme. “No hay caballo que se resista al buen trato”, afirma “Aun el más salvaje necesita afecto”. En Argentina tales ideas son casi una herejía. Se trata del país de los campeones de polo y de otros deporte encuentres, más habituados a los fuetazos que hablar con dulzura. Según la creencia tradicional, escatimar los azotes echa a perder al caballo su docilidad. Después de atraer al potro a un poste. Martín Hardoy le pasa una larga rienda de nailon alrededor del costillar y a las patas. Tirando con firmeza, lo tumba suavemente.