Hipócritas

Hipócritas

JOSÉ ANTONIO NUÑEZ FERNÁNDEZ
La salud del pueblo es una ley suprema de cada nación. Ley que descaradamente violan los huelguistas hospitalarios también los que comercian con las muestras médicas; los que con recetas mañosas se ponen al servicio de los laboratorios. También los que comercian con las muestras médicas; los que con recetas mañosas se ponen al servicio de los laboratorios y los distribuidores; los que de las consultas hacen un comercio de vulgar infamia y de latrocinio soezmente inmoderado.

A los que del juramento de los hipócritas, han hecho norma de vida y religión maligna de su mayúscula inhumanidad, hay que recordarles que hace cuarenta años, propiamente en el 1965, aquí las calles se hicieron infiernos de tiros. Y en esa tragedia, hija de los malvados que el 25 de septiembre de 1963 se burlaron del pueblo, los cementerios parieron muchas cruces y los hospitales se saturaron de heridos.

Entonces también abjuraron del dolor y de la salud del pueblo, muchos de los que permanentemente se adhieren al terrible juramento de los hipócritas. Pero gracias a Dios que surgieron dignos y ejemplares médicos, que bien merecen ser hoy evocados. Pues ellos cuando la patria los necesitó, dieron con entereza altas notaciones de su irrestricto apego profesional y ético, al Juramento de Hipócrates. O sea al sagrado juramento que un día hicieron por el honorable y famoso médico de la isla griega llamada Cos.

Hay que recordar médicos que en 1965, pusieron sus conocimientos y su trabajo al servicio de los necesitados, sin esperar recibir paga de ninguna índole.

Resulta inolvidable la acción del doctor Octavio Aurelio Rosario García (ya difunto), a quien vimos el 16 de junio de 1965, echando abajo la puerta de entrada de una clínica principalísima abandonada por su personal. La clínica fue puesta al servicio de muchos dominicanos heridos por las balas del yanki invasor.

No puede tampoco ser condenado al olvido, el reputado galeno doctor Marcelino Vélez Santana, que fue el Ministro de Salud del gobierno constitucionalista del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Acude a nuestra mente un médico de apellido Cegarán (ya fallecido), quien diariamente visitaba el edificio Copello para averiguar que medicamentos necesitaban los locutores y los periodistas al servicio de la lucha constitucionalista del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Acude a nuestra mente un médico de apellido Sigarán (ya fallecido), quien diariamente visitaba el edificio Copello para averiguar que medicamentos necesitaban los locutores y los periodistas al servicio de la lucha constitucionalista. Gracias del alma para el doctor Sigarán.

Un médico que prestó excelentes servicios en el Hospital Padre Billini en 1965, el doctor Julio José Santana, hace unos años que pronunció palabras que merecen ser estrujadas como un papel esmeril en los rostros de los eternos huelguistas, enemigos de la salud del pueblo.

El doctor Santana expresó que: «La sociedad dominicana haría un acto de justicia, si reconociera a los médicos que trabajaron arduamente asistieron a los heridos y laborando en emergencias, durante la revolución de abril».

En verdad, esos médicos no tenían reposo, a veces no dormían, pero se crecían y hasta se multiplicaban en sus esfuerzos.

Las enfermeras se hicieron dignas seguidoras de la inglesa Florence Nightingale y de la francesa Genevie de Gallard Terraube.

Lamentablemente la zona constitucionalista, que representaba la dignidad de una nación pequeña ultrajada por la presencia abrumadora de poderosas fuerzas imperiales. Pero gracias a Dios, prestaron sus servicios que eran de vida, médicos que constituyeron una luminosa pléyade de verdaderos juramentados de Hipócrates.

El pueblo tiene deudas con José Ramón Báez Acosta, Víctor Suero, José Rodríguez Soldevilla, Víctor Decamps, Norman Ferreira, Fernando Hovellemont, el ya mencionado doctor Julio José Santana, José A. García Fajardo, una doctora de apellidado Mota, Porfirio Agramonte Mazara, Eduardo Segura, Eduardo Rodríguez Lara, Juan Pablo Duarte Camilo y otros que no recuerdo ahora por culpa del tiempo ya pasado. Los médicos y las enfermeras del Padre Billini, dirigidos por el doctor Juan Pablo Duarte Camilo, muchas veces sin energía eléctrica y con carencia de milagros y realizaron prodigios. Los médicos ejemplares del 1965 no eran mercaderes, ellos eran auténticos juramentados de Hipócrates y de Galeno.

Pero, la otra cara de la medalla o de la moneda, el reverso del anverso, es el que tiene mercachifles y almonederos impúdicos que comulguen con desdoro, con el perverso juramento de los hipócritas. ¡Cosas veredes, maestro Teofrasto Paracelso!

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