¿Hipólito se queda?

¿Hipólito se queda?

La solidaridad del gobierno dominicano con los Estados Unidos en lo que toca a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el apoyo a las intervenciones a Afganistán e Irak, inclusive enviando tropas dominicanas a este último país, hacen pensar a mucha gente que la gestión Bush tiene deuda de agradecimiento con el presidente Mejía y que le daría (por lo menos) un apoyo moral en los comicios del 16 de mayo.

El anuncio de la Unión Europea, en el sentido de que no enviaría observadores a la contienda electoral de la República Dominicana, alegando falta de tiempo para la preparación de un equipo y la no solicitud formal de parte de las autoridades gubernamentales, ha sido interpretado en algunos círculos de opinión como un punto a favor del PPH.

Pero más que la gratitud que Estados Unidos pueda tener con el gobierno dominicano y el anuncio hecho por la Unión Europea, el factor que más se valora es la inocultable influencia que tiene el PPH en la Junta Central Electoral, organismo encargado del montaje del evento y de la proclamación del ganador del certamen del 16 de mayo.

Algunos dirigentes del PPH, conscientes de esas supuestas ventajas sobre el candidato que todavía aparece como puntero de las diversas encuestas de opinión, que han salido a la luz pública, el doctor Leonel Fernández, se han puesto a propalar la especie de que «Hipólito se queda», sin darse cuenta quizás que esa es la mejor propaganda, electoralmente hablando, que han implementado en el marco de la presente campaña.

Independientemente de la crisis económica y la alta tasa de rechazo que tiene el candidato del PPH decir que «Hipólito se queda» suma muchos votos, porque hay un amplio segmento de la sociedad dominicana que tiene un alto concepto de la oportunidad, que no quiere perder ni quedarse fuera de la «guagua del triunfo». Y no importa que puedan utilizarse métodos y mecanismos antidemocráticos.

Ahí está la experiencia de Joaquín Balaguer, cuyos seguidores se mantenían fieles y sumaba a muchos adversarios (cansados de estar en la oposición), porque el hombre siempre era una «carta de triunfo», independientemente del lugar que ocupara en las encuestas. Balaguer solía decir que no creía en encuestas, cuando era abordado por la prensa sobre ese particular. El sabía de la carta que llevaba sobre las mangas.

Esa es la razón por la que la dirigencia y la militancia reformista son pragmáticas, exhiban esa vocación de poder y procuren participar en todos los gobiernos. No les gusta para nada la oposición. Naturalmente, no se puede generalizar.

Pero ojalá y las experiencias balagueristas no se tomen como modelo ni se vuelvan a implementar en la República Dominicana, porque sería un forma de retroceder ante los pequeños avances institucionales que hemos tenido en los últimos tiempos. Es innegable, sin embargo, que con la desaparición de las ideologías y el pragmatismo reinante en el escenario político nacional, se proyecta un fértil terreno para la práctica de eventuales irregularidades.

Irregularidades que, ante la hipótesis de producirse, no serían aprobadas nunca por el autor de este artículo, quien sufrió en «carne propia» los fraudes electorales cometidos contra el doctor Peña Gómez en la contienda electoral del año 1994.

Hay que seguir levantando los principios del doctor José Francisco Peña Gómez, un hombre transparente y ejemplar, totalmente incapaz de involucrarse en empresas inmorales. Si Peña estuviera presente de seguro que estaría luchando por el fortalecimiento de la democracia dominicana y para que las elecciones de mayo 16 sean diáfanas y limpias.

Creo sinceramente que el presidente de la República, el ingeniero Hipólito Mejía, anda en una tesitura similar. Y jamás «aceptaría un triunfo» al margen de la expresión popular. Así que aquellos que dicen que Hipólito se queda (con la connotación que en el fondo tiene esa expresión) pienso que lo hacen por cuenta propia. Y posiblemente como un simple mecanismo propagandístico, conscientes de que en nuestro país todos, o casi todos, quieren estar en el poder.

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