Hiroshima y Nagasaki, 60 años después

Hiroshima y Nagasaki, 60 años después

POR FÁTIMA ÁLVAREZ
Sesenta años después del mundo haber sufrido el primer ataque nuclear, el embajador de Japón en República Dominicana, Haruo Okamoto, presenta una colección fotográfica de espeluznante realidad, que obliga a mantener vivo el tatuaje de fuego sobre la piel de los pueblos, como un recordatorio de lo que no debe volver a repetirse.

La tragedia de Hiroshima y Nagasaki ha sido uno de los más grandes baldones de la paz mundial. Usada como argumento para frenar la Segunda Guerra Mundial, las bombas arrojadas sobre estas poblaciones japonesas dejaron un saldo aproximado de 250 mil muertos, amén de una cicatriz geográfica y en el alma de los pueblos, que demuestran hasta donde puede llegar la lucha del hombre por el hombre, en la perenne batalla de poder y dominio que desde épocas remotas han mantenido los países.

Recordar la tragedia de Hiroshima y Nagasaki es también tomar conciencia de la amenaza constante que se cierne sobre las cabezas de los pueblos con una contienda nuclear.

El 6 de agosto, a las 8:15 de la mañana, la ciudad de Hiroshima, situada en Honshu, la isla principal de Japón, sufrió un ataque hasta el momento desconocido, cuando una bomba de uranio –llamada irónicamente «little boy»–, fue soltada desde el tristemente célebre bombardero «Enola Gay».

El panorama, media hora después, no podía ser más desolador: deambulando como zombis, las pocas personas que quedaron vivas lucían desgarradas, heridas, ciegas unas y sordas otras, producto de la explosión.

Dos kilómetros a la redonda, la devastación fue absoluta: casas, edificaciones y lo que es más, todo ser vivo había desaparecido.

Sobre los restos chamuscados de acero se percibían como sombras las formas desintegradas de lo que apenas minutos antes era un ser humano.

Cuerpos humeantes y calcinados yacían a todo lo largo de la herida tierra. Todo se volvió en blanco y negro: humo y cenizas, cuerpos quemados y la ciudad destruida.

Decenas de kilómetros más allá, cristales estallaron como producto de la implosión.

Los japoneses sabían que esta amenaza convertida en realidad era una advertencia para frenar sus avances e impedir que la entonces Unión Soviética tomara posesión política del territorio asiático; pero creyendo que Estados Unidos no contaba con otra bomba, pensaron que lo peor ya había pasado y no presentaron rendición, lo que provocó que tres días después, el 9 de agosto a las 11:00 de la mañana, una nueva bomba, esta vez de plutonio y con doble capacidad de destrucción, cayera sobre la orografía montañosa de Nagasaki, una ciudad ubicada en una isla pequeña al norte de Tokio, llamada Kyushu.

Las ondas expansivas de calor alcanzaron los 4 mil grados celsius en Hiroshima y Nagasaki, de donde salían, como en el infierno de Dante, lenguas de fuego a una velocidad de más de 60 kilómetros por hora, destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

Ni los antecedentes de Pearl Harbor ni todas las muertes ocurridas durante las dos guerras mundiales, justifican el ataque y las posteriores muertes que ocurrieron masivamente como producto de la radiación.

Pero esto, lejos de ser un freno para la destrucción y muerte, resultó ser un «aliciente» para el desarrollo de la carrera armamentista, ya que el mundo, hasta ese momento, sólo contaba con esas dos bombas y su explosión desató el gasto más cuantioso y la investigación más intensa del mundo para apertrecharse de armas nucleares.

«El hongo atómico», como se le llamó desde entonces a la columna de humo y fuego que se aposentó sobre la atmósfera de Hiroshima y Nagasaki, quedó grabadas en la memoria fotográfica como un testimonio, pero sobre todo, quedó fijo en el alma y la piel de los que lo sobrevivieron.

Sesenta años después, Haruo Okamoto encabezó una actividad que busca, a través de la fotografía como manifestación de la plástica, poner al ser humano en contacto con la historia, para recordar que la lección de muerte debe ser aprendida, y más que eso: recordarle al mundo a través de esta simbiosis perfecta de luces y sombras, que el espacio entre la vida y la muerte es casi imperceptible. Tan imperceptible como un «click» fotográfico.

EXPOSICION

La muestra fotográfica está expuesta en la sala Américo Lugo, de la Biblioteca República Dominicana, ubicada en la calle Doctor Delgado, casi esquina avenida México.

La misma contó para su inauguración con el apoyo de la Embajada del Japón y la Fundación Dominicana por la Paz, con la presencia del embajador del Japón, Haruo Okamoto y su esposa, Mariko Okamoto; el secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Max Puig y su esposa, Elisabeth de Puig, y Alicia Baroni, directiva de la Fundación por la Paz.

La muestra se realiza en conmemoración del 60 aniversario de esa tragedia histórica, «con el deseo ferviente de la paz y el compromiso de no repetirla nunca más en la faz de la tierra».

Consiste en una muestra de 30 fotografías que recogen el panorama de Hiroshima y Nagasaki antes, inmediatamente después y años más tarde del arrojamiento de las bombas atómicas, «dejando una profunda reflexión sobre el camino a recorrer por la humanidad hacia el futuro».

«…me sentiré muy complacido si ustedes tuvieran la amabilidad de animar a sus familiares y amistades a observar esta exposición, de manera que muchas personas puedan presenciar con sus ojos la realidad de lo que ocurrió hace 60 años», concluyó Okamoto.

La exposición estará abierta hasta el 14 de agosto próximo.

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