HISTORIA
Abundan los adversarios a novela histórica en RD

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POR ÁNGELA PEÑA
La novela histórica o historia novelada ha tenido en la literatura dominicana más adversarios que simpatizantes. Algunos la consideran innecesaria existiendo otros modos de exponer directamente los hechos. Piensan que sus autores restan preciosismo al lenguaje en beneficio del realce de los acontecimientos, la exaltación de la identidad, el folklore, las costumbres, el vocabulario regional, la sátira política, la actitud patriótica.

 Consideran a estos “novelistas” faltos de imaginación porque son incapaces de crear fantasías magistrales y escriben basándose en experiencias vividas. Más recientemente se les ha acusado de escudarse en el género para expresar verdades que puedan hacerlos blancos de demandas, víctimas de amenazas, golpizas o condenas judiciales.

 Las polémicas más antiguas sobre el tema se remontan a los años 40 cuando las obras enjuiciadas eran “Enriquillo”, de Manuel de Jesús Galván; “Madre culpable”, de Amelia Francasci; “Episodios Dominicanos”, de Max Henríquez Ureña; “Don Cristóbal” y “Eusebio Sapote”, de Enrique Aguiar; “La gloria llamó dos veces”,  “El mensaje de las abejas” y “Trementina, clerén y bongó”, de Julio González Herrera; “¡Ay de los vencidos!”, “Revolución” y “La Cacica”, de Rafael Damirón; “La Sangre” y Ciudad Romántica, de Tulio Manuel Cestero; “El viaje”, de Manuel A. Amiama.

 También  “La octava maravilla”, “El hombre alucinado” y “Tres hombres en un hombre”, de L. Henríquez Castillo; “Over”, de Ramón Marrero Aristy;  “Cañas y bueyes”, de F. E. Moscoso Puello; “Pinares adentro”, de Pedro M. Archambault; “Hidalguía antillana” “Senda de revelación” y “Renacimiento” de Haim López Penha, entre otras.

 En tiempos más frescos la discusión se ha centrado en “La fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa; “En el tiempo de las mariposas”, de Julia Álvarez; “Juro que sabré vengarme” y “Asalto y muerte, Reto al régimen de Trujillo”, de Miguel Holguín Veras; “El olor del olvido”, de Freddy Aguasvivas; “Galíndez”, de Manuel Vásquez Montalbán…

 Los trabajos críticos más antiguos en torno al asunto, y probablemente más completos de la época, los escribió Pedro René Contín Aybar en una serie que publicó en La Nación, en 1944, bajo el título de “La Novela Dominicana”, en los que estudia, además de los mencionados, obras de Ulises Heureaux hijo, Horacio Read, Jesusa Alfau, Vetilio Arredondo, Miguel Billini, Manuel Florentino Cestero,  Jaime Colson (no el  pintor, sino su tío), Rafael Gil Álvarez, Arturo Freites Roques, Nicolás Heredia, Gustavo Adolfo Mejía, J. M. Pichardo, J. M. Sanz Lajara y Abigail Mejía Solier, “que intentó, a su manera, la novela americano-cosmopolita, con un deseo parecido, toda proporción guardada, al valleinclanesco Tirano Banderas”

 A Contín y a otros les respondió incómodo, pero elegante, Julio González Herrera, con el artículo “Investigadores inconscientes”, ofreciendo aclaraciones y explicaciones en cuanto a “La gloria llamó dos veces” y a la historia novelada o novela histórica.

 Las llamadas novelas históricas de ahora han sido comentadas por críticos literarios, historiadores y otros intelectuales. Sobresalen Roberto Marte y Guillermo Piña Contreras autores de análisis profundos, desde los puntos de vista histórico y literario.

“Género frío”

  Contín Aybar y Joaquín Balaguer coinciden en sus apreciaciones sobre la novela histórica, que el primero califica de “género frío, cuando el novelista no tiene el encantador desplante de un Alejandro Dumas para convertir la historia en un alegre carnaval, o el genio de un Benito Pérez Galdós, para ofrecerla en apasionados episodios llenos de vida y gracia, sabiduría y veracidad, galanura de estilo y pensamiento enjundioso”.

 Celebra Pedro René que el propio Manuel de Jesús Galván rubricara su “Enriquillo”, “con gran acierto”, como “leyenda histórica” lo que lo coloca “un poco aparte, en cuanto a novela se refiere” porque para él, el texto “no es propiamente una novela”, aunque muchos la consideran  primera del país. “Nuestro primer novelista”, para Contín Aybar, es Amelia Francasci y dice que su “Madre culpable” no tiene que envidiar a sus similares extranjeras en lo que respecta al tema, el planeamiento de las situaciones, desarrollo de la trama, claridad y elegancia del estilo y cualesquiera otras cualidades intrínsecas de la novela romántica de fin de siglo, aunque “los chauvinistas la reprocharían por la terrible circunstancia de ocurrir en Madrid”. Para Balaguer el primero es Tulio M. Cestero. Otros dan la primacía a Jesusa Alfau, autora de “La fantasma de Higüey”. Analizando las novelas históricas Contín sostiene que estas sólo pueden ser escritas por novelistas. “Si priva el historiador, o el afán de la rectitud histórica, es en la mengua de la belleza literaria y no se puede negar que la novela, sea cual fuere, es, ante todo, un género literario”. Censura la improvisación, falta de creatividad, desconocimiento de la técnica novelística en muchos de estos autores y significa que “la historia y las costumbres han sido los temas centrales de la novela dominicana”.

 “Unos han preferido relatar la historia de modo más agradable, simplemente, como ocurre en Episodios Dominicanos, de Max Henríquez Ureña (La Independencia, La rebelión de Los Alcarrizos, El Arzobispo Valera) que se nutre de los fastos, sin apartárseles más allá de lo que una conveniente exposición novelesca permite. Se trata en estos episodios de poner de relieve algunos hechos sobresalientes evocando en ellos tanto la manera de pensar como el ambiente de la época tratada”.

 Aguiar y González Herrera, manifiesta, “especulan con lo histórico, y dejan que su fantasía actúe a manera de correctora. El suceso adquiere entonces nueva resonancia en su posible continuidad y modifica, amplí   a, conturba, el juicio posterior sobre el mismo. ¿Qué es verdad, qué es invento?, parece querer preguntarse en párrafos siguientes.

 En el caso de Damirón, añade, “es a la contraria: la historia sirve de fondo a un relato novelesco (¡Ay de los vencidos!, Revolución, La Cacica) como lo es también en Tulio Manuel Cestero (La Sangre, Ciudad Romántica) y El viaje, de Manuel Amiama”.

 “Pero al tomar como base la historia, sin tratar de hacer en propiedad una reconstrucción histórica, los autores limitan sus posibilidades novelísticas”, dice, y explica que “la historia es un elemento aprovechable por la técnica novelística, pero no el fin primordial de la novela”. Relata la desilusión de un seguidor de Balzac al enterarse de que sus hechos y personajes eran copia exacta de la vida. El admirador dejó de serlo con la noticia, comentando: “¡Lástima! Yo que lo creía tan buen novelista”. Contín acota que “nuestros autores han escrito parecidamente, sin el genio de Balzac”.

 Se enfoca en Moscoso Puello y en Marrero Aristy y opina que el segundo “es quien más sentido novelístico posee. Su única novela publicada (hasta entonces) “Over”, acusa cualidades excelentes, advertibles hasta dentro de los defectos técnicos de su inexperiencia, de la pobreza de su léxico, de un ligero matiz periodístico que aparece en algunas páginas. Él y Rafael Damirón, entre los actuales, tienen en su haber muy favorables balances”.  Y concluye: “Todavía no se ha escrito la gran novela dominicana”.

Confusión

 El brillante, versátil y fecundo Julio González Herrera replicó que un error muy frecuente entre literatos y escritores es confundir la novela histórica con la historia en forma de novela. “La historia en forma de novela es la simple historia novelada, sin ninguna variación en la actuación real de sus protagonistas, ni en los hechos históricos. Ejemplos de esta clase de obras son “La conspiración de Los Alcarrizos” y “La Independencia Efímera”, de Max Henríquez Ureña, expresó.

 La novela histórica, afirmó, “es en buena parte pura ficción, y el autor puede poner los hechos de imaginación al lado de los hechos reales, con la condición de no alterar lo sustancial de estos últimos, y las características de sus protagonistas… para dar interés y realce a los personajes y hechos históricos, en cuyas vidas y actuaciones no hay a veces los elementos indispensables para la confección de una trama bella e interesante, que es lo principal en toda verdadera novela”.

 Colocó a “Enriquillo” y “Don Cristóbal” como modelos notables de obras históricas y parece estar en desacuerdo con Aguiar que en su obra mete a Colón en amores con Anacaona, lo que, “por lo menos, no conforma la verdad histórica”. Agregó que “Alejandro Dumas pone a reyes y reinas en aventuras e intrigas que sólo existieron en su imaginación vivaz y fecunda” y al defender su novela “La gloria llamó dos veces”, en la que acoge la versión de un enfrentamiento entre Duarte y Cofresí, asegura que lo hizo para demostrar “como actúan en la vida dos hombres extraordinarios pero guiados uno por un trascendental ideal y el otro por falso o ningún ideal. Mi obra es, pues, una exaltación a la figura procera del gran patricio dominicano”.

  Contín Aybar concluye en uno de sus trabajos: “Hasta ahora, nuestro orgullo es “Enriquillo”, que no es propiamente una novela, y ningún otro ha superado esta marca… No hay una trayectoria visible, un entroncamiento definido que permita ver la evolución dominicana de la novela y, a un tiempo, la evolución de la novela dominicana”.

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