Historia de la vida irreal

Historia de la vida irreal

Mi amigo no se explicaba por qué los apagones no podían programarse o tener un horario fijo que le permitiera ajustar sus actividades y con resignación auténticamente dominicana, aceptaba que quizás el empleado que conecta el circuito duerme en las noches, duerme siesta en las tardes o se queda electrocutado agarrando el manubrio que debe conectar, sin que a sus supervisores les importe un carajo lo que hace o deja de hacer.

Pero a mi amigo no le había coincidido una temporada de apagones con un verano de calor asfixiante. Se fue la luz, llegó la hora de apagar la planta para no molestar a los vecinos y se agotó el inversor. En cualquier espacio de la casa sentía el mismo calor y a la una de la madrugada decidió acostarse. En la mañana su hija lo encontró muerto entre sábanas y almohadas empapadas de sudor. Patología forense determinó que una deshidratación grave provocó un desequilibrio hidro-electrolítico y falla cardíaca mortal, todo iniciado con un soberbio apagón.

Si a cada gobierno se le cuentan sus muertos, esta es atribuible al actual con necropsia incluida, pero esto es una historia irreal que tipifica un acontecimiento que puede darse en cientos o miles de ocasiones, no solamente por el calor asfixiante, sino por los cambios de voltajes, los alimentos ingeridos con mala conservación y los espacios oscuros ideales para delincuentes. Los apagones matan aunque no contemos sus víctimas y la realidad es que constituye una horrenda estafa gubernamental, de los generadores y distribuidores de electricidad, el cobro de un servicio que se brinda incompleto y que se maneja con irresponsabilidad criminal.

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