Historia de un asalto

Historia de un asalto

En el mundo contemporáneo altamente tecnificado cada día se hace más difícil separar la realidad de la virtualidad. El auge de los distintos medios de comunicación ofrece la oportunidad de pintar panoramas jamás soñados, tanto terrenales como celestiales.

Recuerdo un entrañable amigo que con frecuencia me repetía la siguiente frase:

Nada es real hasta que es local. Esa simple expresión de siete palabras engloba un contenido tan profundo que solamente el tiempo me ha permitido valorarla. Oímos hablar de la violencia, la inseguridad y de la muerte, pero en nuestro Yo interno, a lo Freud, son solo historias que suceden afuera y que por tanto no nos tocan directamente. A mis sesenta y seis abriles tuve una amarga y escalofriante experiencia que me gustaría compartir con quienes asumen el sacrificio de leer estas líneas.

Era bien de mañanita la madrugada del sábado 24 de diciembre de 2011, 5:30 AM cuando regresaba de la acostumbrada caminata diaria alrededor del Jardín Botánico que religiosamente vengo practicando durante las últimas tres décadas. A escasas tres cuadras de mi casa ubicada el sector de Arroyo Hondo noté que tres jovenzuelos detenían la moto en que viajaban justamente en la misma acera por donde trotaba en ese momento. Muy entretenido venía rumbo a casita, mientras escuchaba con deleite las letras de bellas melodías de alto contenido social y filosófico de Joaquín Sabina.

De repente percibí las malas intenciones de los muchachos, por lo que decidí tomar la acera opuesta. Fue entonces cuando el de menos edad del trío se bajó del vehículo e inició una tenaz y decidida persecución en contra de mi persona. Intenté devolverme pero el adolescente me obligó a una lucha cuerpo a cuerpo en medio de la calle. En un instante caí al suelo debajo del bumper de un carro blanco que se vio obligado a frenar para no atropellarme.

Durante la refriega escuchaba a uno de los dos restantes ocupantes que quedaron en la motocicleta vocear: no se resista si no quiere que lo matemos. El atacante con un aliento alcohólico, pero equilibrado y con un comportamiento frenético me repetía: no jodas, entrégame el IPod o te mato.

Todo ese relato transcurrió en un máximo de tres minutos, tiempo durante el cual pasaron varios vehículos privados en ambas direcciones este y oeste. Pude ver además a dos señores adultos con aspecto de vigilantes o serenos pasar por la acera donde me encontraba luchando, sin que se dieran señales de enterarse de cuanto estaba sucediendo.

Una vez despojado del radio tocador de música MP3 marca Sony, escuché cuando quien parecía ser el líder del grupo ordenaba: chequéale bien los bolsillos del pantaloncito ya que él debe andar con algo más. Tuve luego la ingenuidad de reclamarles que me devolvieran el control electrónico del portón de casa.

A una orden del superior, mi atacante tiró al suelo tanto el control como los audífonos. Luego de transcurrido el incidente, varias personas en distintos vehículos preguntaban: ¿Qué pasó, lo atracaron? Viendo el estado en que había quedado la víctima, apareció un buen samaritano, quien sin conocer al agredido lo condujo a su hogar. ¡No todo está perdido!

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