Historia de una colección arqueológica

Historia de una colección arqueológica

Por Manuel A. García Arévalo

La presente obra, sobre el acervo arqueológico colectado con pasión y esmero por Pierre y Nicole Domino, constituye una ocasión propicia para resaltar la esencial contribución realizada por los coleccionistas de origen francés al conocimiento y preservación de los objetos aborígenes de la isla Española o de Santo Domingo. Animados por una dosis de curiosidad y erudición intelectual, los investigadores franceses aficionados a las “antigüedades” se dedicaron desde mediados del siglo XVIII a localizar evidencias prehistóricas que describieron, dibujaron y estudiaron como reveladores testimonios de un remoto pasado del que no existe memoria escrita.

Para entonces, la arqueología se consideraba parte de las Ciencias Naturales, ya que los primeros prehistoriadores concebían los estudios del hombre como un ente biológico más que cultural. De modo que, gracias a la labor de los cronistas y naturalistas que se ocuparon de localizar y estudiar los vestigios culturales de aquellos pueblos desaparecidos, se inició el conocimiento del desarrollo sociocultural y las manifestaciones artísticas de los pobladores aborígenes.

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La búsqueda de los restos del pasado no fue algo fortuito. Estos precursores eran hombres cultos. Sus conocimientos y preocupaciones científicas contribuyeron a que la prehistoria insular recibiera la atención debida, a través de los hallazgos arqueológicos relacionados con esta, como fuente nutricia de la Historia. De este modo, los coleccionistas franceses, imbuidos en las inquietudes intelectuales y sed de conocimientos propios de la época de la Ilustración, se convirtieron en precursores de la arqueología en las islas Antillanas desde la dimensión geográfica, cultural y espiritual.

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No es casualidad que los primeros grabados de objetos arqueológicos prehistóricos fueron realizados en 1731 por el cartógrafo Jean-Baptiste d’Anville, para ilustrar un mapa que muestra las demarcaciones territoriales de los cacicazgos indígenas al momento de la conquista. Estas ilustraciones fueron incluidas en la obra Histoire de L’Isle Espagnole ou de S. Domingue, de P. Pierre-François-Xavier de Charlevoix, basada en las memorias manuscritas del misionero jesuita Jean- Baptiste Le Pers, quien vivió en la colonia francesa de Saint-Domingue, de 1704 a 1735, siendo un precursor de los estudios naturalistas en la isla.

Por otro lado, el sacerdote dominico Jean Barthelemy Maximilien Nicolson, que permaneció en la colonia francesa de Saint Domingue desde 1769 hasta 1773, reproduce dos láminas con ilustraciones de fetiches, fragmentos de cerámicas y hachas líticas aborígenes en su obra Essai Sur l’Histoire Naturelle de St. Domingue, publicada en París, en 1776. Nicolson, al lamentar la triste desaparición de los indígenas insulares, considera que para comprender a esos pobladores prehistóricos: “es preciso ahora abrir las entrañas de la tierra para encontrar los vestigios de la industria de ese pueblo desafortunado”. A lo que el naturalista francés agrega: “Sería conveniente que cada explorador diera a la luz los descubrimientos efectuados sobre un tema tan oscuro: solo uniendo y comparando esos hallazgos en su conjunto podríamos avanzar en el conocimiento del cual carecemos”. La observación de Nicolson denota la importancia que, desde entonces, se le atribuía a la Arqueología como ciencia del pasado, ya que “al abrir las entrañas de la tierra”, permite acceder a los restos de nuestros antepasados, ampliando así el horizonte de la Historia.

De igual manera, tanto el padre Le Pers, como los cronistas C. Lyonnet y Moreau de Saint-Méry, aluden en sus apuntes la gran riqueza arqueológica existente en La Española, que bastaba con “escarbar un poco en la tierra, como si la isla estuviera sembrada de estos objetos”. Ya fuera por interés científico o atracción estética, muchas de las evidencias prehistóricas localizadas por los coleccionistas durante el periodo colonial fueron trasladadas a Francia, conservándose en los gabinetes de curiosidades y cámaras artísticas o de extrañas maravillas, pertenecientes a personajes ilustrados de la época, quienes dieron cuenta de tales objetos en anotaciones e ilustraciones que hoy resultan de gran interés histórico y artístico. Con el correr del tiempo estas muestras arqueológicas pasaron a engrosar el acervo patrimonial de los museos franceses y europeos, en general.

En la actualidad, esas prístinas anotaciones que se preservan en archivos y bibliotecas han sido localizadas y estudiadas por el destacado arqueólogo André Delpuech, pasado director del Musée de L’Homme y Conservateur Général du Patrimoine Centre Alexandre Koyré-EHESS, en París, quien ha hurgado en los registros y catálogos de antigüedades, ubicando entre esos legajos de documentos muchas de las referencias arqueológicas aportadas por viajeros, naturalistas y coleccionistas durante el Siglo de las Luces.

A finales del siglo XIX, otra contribución de los exploradores franceses al conocimiento de los petroglifos y pictografías de factura aborigen que se encuentran en el Golfo de San Lorenzo a lo largo de la costa de Los Haitises, al sur de la Bahía de Samaná, fue realizado por el misionero Alph L. Pinart, quien rindió un informe sobre el descubrimiento de estas huellas parietales prehistóricas que aparecen en la Gaceta Oficial No. 366, publicada en Santo Domingo el 18 de junio de 1881. Además, es autor de “Note sur les pétroglyphes et antiquités des Grandes et Petites Antilles”, editado en París en 1890.
En época más reciente hay que mencionar la contribución del ingeniero Emile de Boyrie de Moya, pionero de la moderna arqueología dominicana, y fundador, en 1957, del Instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicas, adscrito a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo. Emile de Boyrie, era hijo del francés Louis de Boyrie Pillot, natural La Rochelle, Bordeaux, quien se había establecido a principio del siglo pasado en el poblado de Sánchez, en la Península de Samaná.

Por su parte, Emile de Boyrie de Moya estudió en colegios y liceos de Bordeaux y Fontainebleau y se hizo bachiller en Ciencias y Lenguas en la Universidad de París, en la Sorbona. Ese contacto con el mundo parisino de los museos y las bellas artes lo orientó desde su juventud hacia el quehacer arqueológico, reuniendo una espléndida colección de objetos indígenas que posteriormente su familia traspasó al Museo del Hombre Dominicano, donde se ha exhibido en las salas dedicadas a exponer los períodos prehistóricos.

A su vez, un sobrino de don Emile, el economista e historiador Bernardo Vega Boyrie, es un reconocido investigador arqueológico y fue director del Museo del Hombre Dominicano, entre 1978 al 1982. Gestión en la que dio un gran impulso a esta entidad en los ámbitos museográfico, científico y educativo.

Fue precisamente, en casa de don Emile que conocí, siendo un adolescente, a Pierre Domino, cuyas orientaciones y consejos siempre agradeceré. Nos reuníamos con frecuencia para hablar de nuestra mutua atracción por la ciencia que estudia la materialidad del pasado. Al igual que Pierre Domino, yo era un apasionado coleccionista de objetos indígenas. Teníamos las mismas inquietudes y pronto surgió entre nosotros una gran amistad que se fue acrecentando con el paso de los años.

Recuerdo la primera ocasión en que visité el hogar de la familia Domino, donde contemplé extasiado la extraordinaria colección de objetos indígenas, instalada, con primorosa delicadeza y esmero, en un panel de exhibición bajo el cuidado de madame Nicole Domino. Una persona amable y refinada quien compartía con su esposo Pierre la afición por el coleccionismo, logrando reunir verdaderos tesoros artísticos de la época precolombina, que se revelaban ante mi vista como elocuentes testimonios de las culturas aborígenes insulares.

Pierre y Nicole Domino se habían trasladado a vivir a la República Dominicana durante la construcción de la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey. Proyecto diseñado por los arquitectos franceses André Dunoyer de Segonzac y Piérre Dupré, cuya imponente obra se inició formalmente a finales del 1954. Durante su estancia en Higüey, donde realizaban frecuentes excursiones a caballo en medio de la feraz vegetación de los bosques tropicales, arranca la seducción de Pierre y Nicole Domino por la tierra quisqueyana, valorando la cordialidad y bonhomía de su gente humilde y laboriosa. Fue en aquellos años cuando nació su interés por coleccionar objetos indígenas, que ocasionalmente les obsequiaban los campesinos del lugar o eran localizados en el interior de las cavernas que abundan en los farallones de roca coralina en la región oriental.

Al concluir la edificación de la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, el matrimonio Domino, ya con sus hijos Richard y Christine viviendo en el país, se trasladaron a Santo Domingo, donde dieron inicio a su etapa de emprendimiento empresarial y cultural. Nicole se hizo cargo de la empresa que importa los vehículos Renault y Peugeot en el país. Mientras, que Pierre era el representante de la industria aeronáutica francesa, que suministró varios helicópteros al Gobierno nacional. Además, madame Domino obtuvo la concesión de los productos L`Oreal para la República Dominicana.

Como consecuencia de este acercamiento empresarial con firmas francesas de prestigio internacional, Nicole Domino vio la pertinencia de crear la Cámara de Comercio Dominico-francesa, con el propósito de potencializar las relaciones mercantiles entre ambos países. Al tiempo de atraer inversiones y la importación de productos francesas a suelo dominicano.

Por otro lado, Nicole se percató que el país requería de una institución académica equiparable con los estándares de formación reconocidos por el Ministerio de Educación en Francia. La ausencia de esta escuela era un obstáculo para que las empresas francesas se asentaran localmente, ya que los ejecutivos de estas se sentían renuentes de venir al país con carácter permanente, para no interrumpir la educación escolar de sus hijos. Esto conllevó a madame Domino a liderar la creación del Liceo Francés en Santo Domingo, recabando con tal finalidad el apoyo de la embajada de Francia. De modo que, gracias a la visión y el esfuerzo de esta mujer ejemplar, dotada de una clara vocación de servicio, fue posible que se estableciera en el país este centro educativo y cultural, que lleva años ofreciendo a los estudiantes, desde un jardín de infancia hasta el último año del bachillerato, reconocido internacionalmente, permitiéndole así continuar sus estudios en las mejores instituciones de enseñanza superior. El Liceo forma parte de la red de excelencia de la Agencia para la Enseñanza del Francés en el Extranjero (AEFE).

Otra contribución relevante de la familia Domino a la cultura dominicana, ha sido la minuciosa formación de su espléndida colección arqueológica. Tarea con la que han emulado la tradición iniciada por los antiguos naturalistas franceses que, desde siglos atrás, se ocuparon de recolectar y conservar los objetos prehistóricos que permiten revalorizar el desarrollo cultural y apreciar las manifestaciones estéticas aborígenes, en particular, de la sociedad taína que alcanzó el nivel de evolución socioeconómico y cultural de mayor complejidad entre los grupos indígenas que poblaron las islas del Caribe.

En esta obra se presenta una amplia panorámica del acervo arqueológico que conserva la Fundación Domino. Su publicación ha estado a cargo de dos reputados especialistas: el arqueólogo Henry Petitjean Roget, exconservador jefe de los museos departamentales de Guadalupe y autor de destacadas obras sobre el pasado indígena de las islas del Caribe, entre ellas “Les Tainos, les Callinas des Antilles” (2011), y del publicista Dominique Mey, quien reside en el país desde hace más de veinte años, dedicado a la promoción gráfica de imagen corporativa y marcas comerciales. Mey ha sido editor de libros sobre la arquitectura de la ciudad de Santo Domingo, así como de la historia de la música dominicana.

Esta obra permite apreciar, a través de nítidas fotografías y elocuentes descripciones, los objetos arqueológicos reunidos por Pierre y Nicole Domino a lo largo de sus vidas, ofreciendo en su conjunto una amplia visión del legado patrimonial de los pueblos aborígenes, especialmente de los taínos, que con su aporte racial, cultural y lingüístico contribuyeron a conformar el perfil étnico de nuestra identidad nacional.

Este es el prefacio escrito por el historiador Manuel A. García Arévalo al libro “Historia de una colección arqueológica. Una introducción al estudio del arte taíno”.