HISTORIA
Guzmán: la muerte no anunciada

<STRONG>HISTORIA<BR></STRONG>Guzmán: la muerte no anunciada

A 28 años del suicidio del Presidente Antonio Guzmán Fernández y haciendo un repaso de cuanto él hizo y dijo en el último día de su vida, late la interrogante: ¿Cómo es que las personas de su cercanía en las postreras horas no sospecharon sus intenciones?

José María Hernández, su yerno, que desempeñaba el cargo de secretario administrativo de la Presidencia; Juan López, entonces director de la Lotería; Ramón Oscar López Güichardo, veterinario que atendía la finca del mandatario en “Bobita”; el diputado Amadeo Lorenzo Ramírez, entre otros, lo habían observado abrumado, depresivo, triste, asqueado, abandonado, solo, según declararon después, pero estos sentimientos del mandatario no les dieron señal de la fatal determinación que tomaría.

Más aún, Guzmán «desencamó» y manipuló armas de fuego que jamás había tocado, hizo venir desde el interior al secretario de las Fuerzas Armadas, realizó un paseo por barrios y calles de Santo Domingo, apenas acompañado por su chofer “Nino”; abrió el despacho del Palacio Nacional en horas y día inusuales, recogía el escritorio,  desechaba papeles, no decidía marcharse pese a lo avanzado de esa noche de sábado y a pesar de que su esposa Renée lo llamaba insistente para que retornara a la casa de Juan Dolio de donde había salido inesperadamente y en la que lo esperaban para la cena familiar.

Adelgazado, con el cabello más escaso y totalmente encanecido, menos ágil al moverse, con el brazo derecho invalidado por una fractura sufrida al caer en el baño de la fragata presidencial, don Antonio estaba tan descontrolado  en sus últimos momentos que tocó dos veces el repique de timbre que usaba para llamar al coronel Rudecindo Pimentel Castro, del Cuerpo de Ayudantes, teniéndolo de frente.

Cuando llegó a la residencia de Juan Dolio no se dirigió a la caballeriza a acariciar a su preferido “Santiaguero”, como acostumbraba, sino que subió a su habitación. Pasada la una de la madrugada, daba vueltas levantado, solo. Al amanecer se recostó en una barandilla con la vista perdida en el horizonte. No saludó, no desayunó, no leyó la prensa, no respondió los buenos días de empleados y escoltas. Apenas almorzó  y en la tarde, en el domicilio de la avenida “Bolívar” lo que hizo fue subir a buscar una pistola que regaló a López Güichardo y el revólver calibre 38 chapado en oro que le habían obsequiado.

Y nadie adivinó el plan de Guzmán pese a que en horas de la tarde llamó al teniente coronel Pimentel Castro para preguntarle qué tipo de bala resulta el más efectivo para esa arma con la que puso fin a sus días. “Cuando las cosas van a pasar”, dirán.

La tragedia.  El sábado tres de julio de 1982 el Presidente dio instrucciones al general Nabucodonosor Páez Piantini, jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares, para que comunicara a Ramón Oscar que suspendiera un sancocho que le había encargado y se dirigiera a Juan Dolio donde éste llegó a las 5:20 PM. A las seis abordaron la limosina con destino a la casa de la “Bolívar”. Salieron de allí y cuando la caravana cruzaba el puente “Duarte” de regreso a Juan Dolio, Guzmán ordenó que giraran rumbo al Palacio Nacional y se comunicaran con el teniente general Mario Imbert McGregor, secretario de las Fuerzas Amadas, para una reunión.En la casa de Gobierno y al tomar el ascensor preguntó por el revólver, que se había quedado en el vehículo.

“No te preocupes,  calmó a Ramón Oscar,  diré a un militar que lo suba”.

 Llamaba insistente a José María Hernández que retornaba desde Moca para preguntarle a qué altura estaba y requirió la presencia del coronel Braulio Álvarez Guzmán. El coronel Pimentel Castro estaba inquieto. Imbert McGregor y José María llegaron. Doña Renée telefoneaba de nuevo. “Está a punto de salir”, le contestaron.

 Se encerró con Imbert McGregor y afirman que le instruyó garantizar el orden institucional y la transmisión de mando a Salvador Jorge Blanco, el 16 de agosto. Cuando el militar se retiró Guzmán sacó de su escritorio lapiceros, plumas y otros objetos. A Hernández obsequió medallas y monedas y le entregó una hermosa pluma de escribir para Sonia, su hija, esposa de José María.

A las 11.30 de la noche ya  se encontraban en el ascensor y los militares avisados de que “la persona”, el “Águila uno” estaba a punto de salir cuando éste manifestó a Hernández que iría al baño. Entró y cerró por dentro, lo que nunca hacía. Tarda, José María le toca. Le responde que ya va pero minutos después se escucha una estremecedora detonación.  Páez Piantini rompió el cristal de la puerta y encontró al Jefe de Estado en un sillón de barbería, ensangrentado, agonizante, con un tiro que entró a quemarropa por el lado izquierdo de su cara.  Los militares lo cargaron y llevaron al hospital militar “Enrique Lithgow Ceara” donde expiró a las cinco de la madrugada del 4 de julio.

El primer anuncio de la muerte lo ofreció su hermano, el doctor José Leonor Guzmán Fernández quien participó en los afanes por salvarle la vida. Salió del quirófano con lágrimas en los ojos y despojándose de su bata de médico.

Fuentes para esta investigación: “Guzmán se suicidó en la barbería después de conversar con Imbert M. y José María Hernández. Al principio hubo esperanzas de salvarlo…”, Juan Bolívar Díaz, El Nuevo Diario, 5 de julio de 1982; Revista ahora, julio, 1982; periódico “Ya”, 1982; “Las últimas horas del Presidente”, Cañabrava, 7 julio, 1982; “Los que mataron a Antonio Guzmán”, Carlos Cepeda; “Antonio Guzmán, Gobierno y traición”, Carlos Cepeda; “¿Suicidio? La muerte del Presidente Guzmán”, Ramón Alberto Ferreras; “Partidos, políticos y Presidentes dominicanos”, Ángela Peña; “Guzmán, su vida, gobierno y suicidio”, José Báez Guerrero.

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