Una de las obras de amor que mejor se debe reconocer y apoyar es la que realizan personas muy especiales albergando niños desamparados, huérfanos o muy pobres, y desarrollando con ellos una experiencia de amor que se expresa en cuidado, dedicación, alimentación, formación, etcétera.
Se puede hablar de muchos hogares así en nuestro país. Gracias al Señor por ellos. Sin embargo, como se dice comúnmente, donde está Dios se inmiscuye el diablo para trastornar, corromper y desnaturalizarlo todo.
Así ha sido y así es. Historias como la de Higüey, en años pasados, y otras tantas, son tristemente recordadas cuando tenemos que ver hoy sobrecogidos de dolor, indignación e impotencia que un llamado pastor evangélico de apodo Alex administra un hogar de niños en Santo Domingo Este, donde, según toda la información verificada, violó a varios de ellos sexualmente.
Quiero hablar al Estado dominicano porque, si bien este señor mencionado es culpable y pasible de la peor pena, no es menos cierto que es el Estado, en la persona de quien o quienes pese la responsabilidad de autorizar la instalación de estos centros infantiles y fiscalizar su funcionalidad.
¿Cómo nos explicamos que lugares donde residen menores de edad en condición de internos no exista con carácter riguroso una vigilancia en términos morales, de salud, de educación y alimentación?
Tanto la iglesia católica como la evangélica y muchas ONG mantienen abiertos centros infantiles, sin que se conozca el criterio profesional aplicado para mantener su funcionamiento.
Ocho niños violados por un enfermo sexual con traje de evangélico viene a sumarse a una historia de hechos similares que está entregando a nuestra sociedad, de por sí muy dañada.
El Estado debe rendir cuentas al país acerca de su nulidad en esa realidad humana indignante.