Son demasiados miles para tan poco territorio, cuesta millones mantenerlos y su productividad es dudosa. Lo más temible es que no tienen clara su misión. Con frecuencia inventan quehaceres que no están en su descripción de puestos, reñidos con la ley y la moral. Estos hombres armados, “juramentados y pagados para defender la soberanía nacional”, peligrosamente tampoco están preparados para evitar que gentes extrañas pasen diaria y masivamente la raya limítrofe que ellos vigilan. Con demasiada frecuencia recogen y arrean grupitos de ilegales, cometiendo de paso abusos, cobranzas y extorsiones, cuales empresarios del tráfico ilegal.
La Superioridad debe, de urgencia, proveerles de misión y tareas específicas respecto a la Frontera. Deben ser entrenados en “Relaciones Públicas con extranjeros e inmigrantes; con el encargo expreso de tratar a nuestros co-fronterizos occidentales, ilegales, con toda cortesía posible; y proveerse un moderno Centro de Inmigrantes Irregulares, regenteado por un Fideicomiso de los ministerios de Trabajo y la FFAA; donde se les acogerá, y requerirá o proveerá de documentación; se les llenará una ficha de solicitud de empleo, donde consten sus pericias y calificaciones. El Fideicomiso enviará listas de prospectos a empresas y organizaciones del mercado laboral. Los que no tengan perspectivas de colocación deben ser, muy cortésmente, regresados a su país de origen, provistos de viáticos y meriendas.
Como los actuales Vigilantes de La Frontera carecen de preparación para esas tareas cuasi-diplomáticas, dignas de soldados tan supuestamente expertos como los de la ONU, o tan ilegítimos como los nunca excusados de la OEA del 1965. Porque los nuestros solamente están entrenados para abatir con sus armas a enemigos invasores también armados.
He aquí, que nuestros buenos muchachos provienen de hogares humildes, y suelen sentirse emocionalmente incapaces de impedirle la entrada a un inmigrante hambriento en procura de pesitos para comer.
Hay que ser muy mala persona, pensarán ellos, para cerrarles el paso a esos infelices. Por eso, desde que tienen la oportunidad, sin que nadie los vea, los dejan pasar; además, que esos inmigrantes son buenas personas también, y la prueba es que les regalan a nuestros guardias unos miles para sus cervecitas, y también para llevarles algo al capitán, y a otros jefes, cuyas familias también necesitan. De urgencia, el Gobierno, junto con académicos y entendidos, debe desarrollar programas sobre el tratamiento a inmigrantes depauperados: donde se enseñe primeros auxilios, capacitación laboral, idioma nacional y buenas costumbres locales. Los buenos militares nuestros deberán ser mejor informados sobre los problemas migratorios y presupuestales del país; entrenados en administración y vigilancia fronteriza de tipo civil, porque la militar ha sido un vergonzoso fracaso.
Y consultar a Vargas Llosa, quien diseñó un ingenioso plan, utilizando prostitutas, para evitar que los militares violaran las mujeres indígenas de la Amazonía peruana, para hacer algo inteligente respecto a la migración ilegal descontrolada.
O a Luigi Pirandello, para que nos ayude a encontrarles la misión a determinados funcionarios civiles y militares, quienes parecen andar tan extraviados como aquellos “Personajes en Busca de Autor”, como llamó Pirandello a su famosa novela.