Hombres nobles y de corazón abierto a la humildad merecen vivir más

Hombres nobles y de corazón abierto a la humildad merecen vivir más

Son tantas las paradojas de la vida, que en ocasiones resulta difícil comprender o aceptar circunstancias que escapan a toda razón o lógica y que  se apartan de cualquier noción relativa a un principio ético o una valoración en un plano estrictamente humano o personal.

Gente ruin y no siempre con probada competencia profesional logra a veces alcanzar posiciones, ganar simpatías y amasar dinero porque, en ausencia de valores y de capacidad, utiliza habilidades para mentir, engañar y confundir a los demás.

En cambio, aquellos con probada competencia que se abstienen de hacer alarde de sus conocimientos por humildad y carácter auténtico, no siempre reciben en vida el reconocimiento merecido, porque en muchos sentidos este es un mundo movido por conveniencias episódicas y personales.

Sin embargo, la autenticidad es tan firme, espontánea e invariable en algunos seres humanos que para ellos la mayor satisfacción es el servicio y la solidaridad, sin que tenga que mediar necesariamente alguna ventaja de índole material, ni esperar efímeras y acomodadas muestras de distinción.

Estos rasgos son elementos distintivos en la personalidad y el accionar de toda una existencia del entrañable hermano y colega Joaquín Ascensión, quien desde hace algún tiempo libra, con admirable voluntad y gran entereza personal, una titánica batalla para tratar de recuperar su salud, menguada por una enfermedad de efectos devastadores.

Muchos han acudido en estos días a verle y darle ánimo en la clínica donde está recluido, entre ellos su querido amigo, el doctor Mario Rivadulla. Joaquín, cálido y agradecido como siempre, les tiende a los visitantes su mano debilitada por el tratamiento, pero sin dejar de transmitir las vibraciones del afecto verdadero.

Ha habido notorias ausencias de personas a las que Joaquín prestó oportuna ayuda en momentos cruciales y que hoy ignoran al amigo en su drama. Pero él, en lugar de enfadarse, expresa conmiseración hacia individuos ingratos y de sentimientos falsos que no juegan ningún papel valioso o ponderable. En otras palabras, que no merecen siquiera ser mencionados.

Conocí a Joaquín cuando un buen día me visitó en El Caribe para solicitarme la cobertura de un acto del Banco Agrícola, entidad de la que era relacionista público durante la administración del doctor Joaquín Balaguer. Desde entonces nuestra relación ha sido fraterna y de absoluto respeto, sin que nada la haya debilitado, aunque por el absorbente ajetreo laboral pasamos meses sin conversar o reunirnos. En el diálogo de aquel día inicial analizamos la condición humana, que se torna tan frágil y miserable cuando se reviste de arrogancia y muy particularmente a la forma como se refleja en la actitud de algunos ejecutivos de medios que solo reciben en su despacho a personalidades o gente influyente, sin advertir que los puestos son pasajeros como la vida misma y que ser receptivos les enaltece en lugar de disminuirlos de estatura.

Con el paso de los años fui valorando y conociendo más de cerca los muchos méritos personales de Joaquín como padre, esposo, amigo, hermano, consejero y abogado en ejercicio presto a servir, además de su incansable capacidad de trabajo como corresponsal de El Vocero, de Puerto Rico, para el que no tenía horas ni días de descanso cada vez que se producía un hecho local que debía preparar y transmitir a ese periódico.

Parte vital del tratamiento que le mantiene alerta y en lucha contra la enfermedad, además de las medicinas y de la atención médica, es el cuidado especial que recibe de Guilla y de gente amiga que no se cansa de proclamar que las personas de buen corazón merecerían vivir más.

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