Homenaje a cinco artistas consagrados

Homenaje a cinco artistas consagrados

El termómetro de una bienal es la cantidad de personas que ella atrae, y no nos referimos al  perverso éxito de escándalo, sino al placer positivo de ver y -para muchos-  descubrir nuevas inquietudes en la creación nacional. Así sucede con la XXVI Bienal de Artes Visuales: un flujo continuo de visitantes atraviesa el umbral del Museo de Arte Moderno, y se les notan la curiosidad, el interés, la satisfacción. La museografía es clara hasta en los espacios difíciles, y la colocación de las obras se presta para que las observen individualmente. En este sentido, uno de los logros consiste en haber dedicado la única sala, formal y cerrada, del edificio a los artistas invitados especiales fuera de concurso y destacar así su participación.

Prácticamente, en cada bienal existe la preocupación generacional, y se piensa que de unas generaciones a otras no se concibe y no se trabaja de la misma manera, y que además los consagrados se mantienen voluntariamente fuera del certamen. La renuencia persiste, aunque uno de los premiados, Orlando Menicucci, hubiera podido ciertamente figurar junto a sus pares exclusivos: Cándido Bidó, Domingo Batista, Elsa Núñez, Fernando Peña Defilló, Rosa Tavárez.

Invitación e invitados especiales.  Desde que en nuestro país se ha distinguido, o más bien escindido, “arte contemporáneo” y “arte moderno”, y particularmente en los concursos recientes –bienal y E. León Jimenes– hay una tendencia a separar a los emergentes o los que practican “el arte en vía de hacerse”, de los que han seguido y/o renovado una tradición. Algo relativo y que no siempre concierne a un corte generacional, cuando hoy hay jóvenes conservadores o modernos a media…

Ahora bien, la intención de esta bienal, opción preferible al gran homenaje único y dedicación –en tal caso hubiera debido ser Cándido Bidó–, se ha querido distinguir a algunos artistas, “inevitables” como otrora les calificaba uno de ellos. La iniciativa, que figura en el reglamento, podría tener varias interpretaciones y/o resultados. Ciertamente, es una forma de integración, solicitada o recomendada, para las personalidades magistrales, con décadas de oficio, éxitos y reconocimientos. Luego, es un homenaje  a forjadores cimeros del arte dominicano de la segunda mitad del siglo XX. Tampoco deja de querer evaluar las diferencias –matéricas, formales, temáticas– con los participantes “en concurso”… y seleccionados.

Obviamente, por ser un gran artista fallecido pero que normalmente debería encontrarse entre nosotros y en plena actividad, Cándido Bidó no podía faltar. Aquí predominan “las cosas y la gente de mi pueblo”, especialmente la vigencia simbólica de la mujer y la maternidad en un contexto social, aparte de colores, estructuras, tratamiento pictórico que hacen inconfundible al “maestro de Bonao”.

No sabemos quién fue el curador de la muestra o si los artistas eligieron personalmente las obras que les representan. En cualquier hipótesis, la selección de Rosa Tavárez es magnífica y la califica como pintora sobresaliente. Conjugación de expresionismo y cuasi surrealismo, de esmerado dibujo y diseño, de colorido y “tonismo”, con maestría factural, ¡aquí triunfa la pintura dominicana!

De Elsa Núñez se nos ofrecen las dos facetas de su producción e  investigación. Esa última es patente en el renovado tratamiento irradiante de la figura femenina, fortalecido, si no contundente. Y la neo abstracción paisajística, notable, como siempre, deja un vivo deseo de mirar algo más.

Fernando Peña Defilló, Premio Nacional de Artes Plásticas, parece haber preferido una representación discreta que no lo encumbre entre sus colegas. Una real-maravillosa visión campestre y acuática, de paleta sutilísima y transparencias insuperables, nos recuerda que él es el mejor paisajista dominicano, de hoy… y más tal vez.

La fotografía universalmente se destaca como arte mayor, y Domingo Batista, entre los fotógrafos vivos, era indudablemente el más llamado a representarla. Él se lleva la gala y palma de una técnica admirable, pero preferimos a este pictorialismo impresionante, el embrujo real y poético de su “fotografía-fotografía”.

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