Conocí a Silvia Troncoso a finales de 1980, época en la que yo trabajaba en Eastern Airlines, cuyas oficinas estaban en la calle El Conde. Silvia estaba al frente de la farmacia propiedad de su familia, situada en El Conde esquina Sánchez.
Mi primer encuentro con ella fue muy agradable, impresión que mantuve durante todos los años de nuestra amistad. Cada día me detenía en la farmacia a saludar y hablar un rato con ella. Siempre amena y con la misma sonrisa luminosa. Su voz era calmada y serena, de ademanes suaves. De figura femenina, muy delicada, casi frágil. Poseía una calidez extraordinaria.
Una noche fui a ver la obra de teatro Las Troyanas, dirigida por Maricusa Ornes y que fue montada en la Fortaleza Ozama. Delante de mí se levantaba un monumento, Silvia como actriz. ¡Qué carisma, cuánta profesionalidad! Mi fascinación por su personalidad y carácter creció aún más. Al día siguiente fui a saludarla y a describirle mi emoción inmensa por la experiencia la noche anterior.
Desde entonces me convertí en su fanático, no me perdía ninguna función en la que participaba, la seguía a todas, cuando declamada, en todas las obras de teatro. Se desdoblaba de una manera extraordinaria, podía ser muy dramática como en La Casa de Bernarda Alba, en Los poemas de García Lorca, Las Troyanas, cómica en Cenicienta, El árbol de la felicidad. Pasaba de la tristeza a la alegría y la jocosidad, de las dudas al cinismo de manera grandiosa. Fue una extraordinaria intérprete de los poemas del doctor Joaquín Balaguer. Este inmenso afecto por Silvia fue extendido también a Eric, sus hijos, doña Ana Rosa, Ana María, Rosa Estela, Ana Rosina y Piqui. Fue muy generosa y solidaria. En una ocasión le pedí que participara en un memorial a nombre de mi hermana Ana María, quien había fallecido recientemente. Esa noche fue memorable, única, irrepetible y mágica. Silvia parecía crecerse ante el público, flotaba. Le dio a esa noche un toque de sutileza y poesía de grandes dimensiones y significado. Adoraba el teatro, la actuación, las palabras. Tenía una dicción perfecta.
Aunque no nos veíamos con frecuencia debido, en parte, a mi ausencia del país, siempre hallaba alguna oportunidad para reconfirmarle mi afecto, generalmente a través de sus hermanas Ana María y Rosa Estela.
Zoom
Mujer digna
Silvia tenía una dignidad increíble. Luchó con entereza y paciencia durante muchos años. Jamás mostró mala cara ante su adversidad. Dios la premió con ver crecer a sus nietos, a los que adoraba.
En tranquilidad
Se fue en calma, con la misma dulzura y gracia. Se llevó la poesía pues la poesía era ella. Hablamos hace cerca de un mes. Nunca me imaginé que sería la última vez, una despedida. Nos dejó a todos un dulce recuerdo imborrable.