La frase lapidaria acreditada al insigne intelectual Américo Lugo: “Los dominicanos honramos a nuestros grandes hombres cuando son nuestros grandes muertos”, no se ha aplicado al Dr. Manuel Antonio Jiménez Rodríguez (Manolín), dirigente político de excepción, que murió de manera repentina hace unos años.

Manolín Jiménez fue destituido sumariamente de la sindicatura de Santo Domingo el 27 de abril de 1972, en una acción arbitraria e ilegal que constituyó una verdadera afrenta para la institucionalidad del país durante el gobierno de los 12 años del Dr. Joaquín Balaguer.

Después de Peña Gómez, el Dr. Jiménez Rodríguez ha sido el alcalde de mayores luces que ha pasado por el Ayuntamiento del Distrito Nacional. Sin embargo, no ha recibido ni siquiera después de muerto el reconocimiento que merece por sus grandes aportes a la municipalidad y la cultura política nacional.

Conceptuoso, elocuente, aguerrido, con una dicción y una voz casi perfectas, este atípico y original político era también un hombre muy supersticioso, buen amigo y excelente contertulio.

Varias décadas antes que el derrocado presidente hondureño Manuel Zelaya, Jiménez fue víctima de una confabulación de los poderes públicos para sacarlo de la sindicatura de la capital dominicana y enviarlo al destierro.

Citamos fragmentos históricos de la carta enviada por Manolín al presidente Balaguer desde el exilio:

“El exilio es fértil experiencia vital y coyuntura para las más grandes reflexiones en el inventario de la vida pública. Usted me abrió el camino para llegar al gobierno municipal de la ciudad Primada de América y siempre le di mi cuota ancha de lealtad y gratitud, como cuadra a quien es bien nacido. Hoy usted me ha agredido deponiéndome. Ya no le debo”.

El Dr. Manuel Antonio Jiménez Rodríguez (Manolín) fue un político de fuste, de extraordinarias vivencias y de rico acervo cultural. Dedicamos estas líneas como un homenaje y reivindicación a su ilustre figura y ojalá que otros amigos hagan lo mismo.