Homero Hernández, estratega

Homero Hernández, estratega

Con guantes zambullidos en materia fecal llenaba de improperios y denuncias contra Trujillo paredes de locales del Partido Dominicano e igual valentía exhibió durante el periodo de destrujillización cuando junto a Rafael Bueno, Nelson de Peña y otros derribaron bustos del Generalísimo, persiguieron calieses, lanzaron piedras a las sedes oficiales, demolieron letreros que recordaban la “Era” que empezaba a extinguirse y arengaban al pueblo invitándolo a sacar a Balaguer y a la tiránica familia que aún reinaba.

Adolescente, llegó a escuchar los estremecedores alaridos de los torturados en La 40 cuando él también fue huésped de la ergástula, pero el fugaz encierro no doblegó su espíritu rebelde, enérgico. Durante la guerra de abril creó la academia militar que entrenó a la juventud catorcista y de otras agrupaciones y después fue a San Francisco de Macorís a extender la contienda. En el intento cayeron muchos pero él salvó la vida gracias a un sacerdote que lo sacó del pueblo vestido de cura.

Participó también en el asalto a la fortaleza Ozama. “Él lo dirigió. Un tiro que se le zafó a Fafa Taveras le rompió el tímpano. En China lo operaron”, declara Elsa Peña Nadal, su compañera.

Elsa, cuyo nombre de guerra era “Tania”, continúa el relato de la inquieta vida de Homero Hernández, adornado de detalles, matizado con nombres de cuantos le acompañaron en esa corta existencia que se torna intensa, temeraria, a veces imprudente. Avanza y retrocede en su afán de no dejar pormenores. Muchos fueron leales a este líder audaz, otros lo traicionaron, delataron, persiguieron. La viuda los ha perdonado.

Él la conoció en 1966 cuando ella se atravesó en su camino por una calle de Herrera cuando él visitaba a Virgilio Gómez Suardí en compañía de Arnulfo Reyes, camarada del 1J4. “¡Mira esa gacela, frena!, ordenó a Reyes. Tras unos días comenzó a visitar a la estudiante universitaria y maestra de primaria. Era un desconocido en el sector hasta que meses después la policía lo involucró en un asalto que publicó la prensa. La madre de Elsa, Luisa María Altagracia Nadal Ureña, la esperó con un ejemplar en la mano. Para la dama, el pretendiente era presentado como un delincuente, pero al ver que lo relacionaban con el 14 de Junio, la muchacha suspiró abrazada al periódico pues ya colaboraba con el grupo.

-Mira el motivo de la desaparición de tu enamorado, es que andaba huyendo, clandestino-, exclamaba la madre pero la publicación motivó que ella lo aceptara. Al día siguiente se encontraron en la UASD y sellaron el compromiso.

“Comencé a conocer muchos otros catorcistas: Rafael Cruz Peralta, Cristina Díaz, Aniana Vargas, Sagrada Bujosa, doña Manuela Aristy… Me llevaba para que ellos me hablaran”.

La lucha política apenas había permitido a Homero trabajar durante el gobierno de Juan Bosch, en la secretaría de Obras Públicas. Después que se casaron el combatiente vivía empeñando los anillos de boda que les regalaron para comprar leche a Keskea Arirín, nacida el 15 de diciembre de 1971, tres años después de que sus padres contrajeran matrimonio en La Isabela en la casa del compañero Roberto Solano. Fue una unión “completamente clandestina”. Los padrinos fueron Enriquillo Beato y Florencia Peña Nadal. Entre los asistentes estuvieron Juan B. Mejía, Elsa Justo, Arnulfo Soto, René del Risco, los mellizos Pichardo… A Soto y a René les tocó tomar fotos al cadáver de su amigo cuando lo asesinaron, cumpliendo el deseo de doña Concha, que residía en el extranjero. El nacimiento, la boda y la muerte de Homero ocurrieron en septiembre de diferentes días y años.

“Le tenían miedo a Homero”. Cuando se casaron vivieron en casas separadas. Fue tras el embarazo que compartieron un mismo techo: en María Auxiliadora, Los Alcarrizos, autopista Duarte. La noche anterior a la muerte de Homero habían comenzado a mudarse de esta última. El auto donde los apresaron sería devuelto.

El 22 de septiembre de 1971, cuando asesinaron a Homero, entre las gestiones de la pareja estaba llevar algo a un compañero y la Policía los ubicó en el trayecto. “Estábamos rodeados por todas partes. Le dije: ¡Dobla a la derecha! Pero él lo que hizo fue frenar, abrió la puerta y se tiró, raneó, y me gritó: ¡No salgas, que te matan!”.

“Salí con dificultad mientras escuchaba ráfagas de fusiles y ametralladoras. Le dispararon en el pecho. Corría por detrás del auto buscándolo pero ya estaba tirado en el suelo boca abajo y vi su espalda agujereada”. Lo ametrallaron hombres vestidos de civil y uniformados. Ella les gritaba: ¡Asesinos! Y la detuvieron a culatazos cruzándole los brazos a la espalda. Manifiesta que el asesinato fue dirigido por Juan María Arias Sánchez, también involucrado en el del periodista Gregorio García Castro. “Él le dio el tiro de gracia en la cabeza y con una sangre fría dijo: ¡Llévenselo!”. Lo levantaron y al voltearlo Elsa vio sus ojos abiertos, sin vida. Introdujeron el cadáver en un baúl mientras a ella la transportaban al palacio de la Policía.

Su paso por ese recinto es una historia de dolor por no haber podido enterrar a su esposo y por la arbitrariedad de alcahuetes oficiales balagueristas. A gritos, ella maldijo al general Enrique Pérez y Pérez cuando se percató de su presencia, “y el coronel Báez Maríñez me despegó de la ventana con tal fuerza que fui a tropezar con la boca en el borde del lavamanos”. Se le quebraron dos dientes superiores. Vio borracho a un ex compañero del 14 de Junio, entonces miembro de una banda represiva y asesina, que le juraba que no tuvo nada que ver con el crimen.

Entretanto, familiares de Elsa diligenciaban en el hospital Gautier la entrega de los restos mortales de Homero, que fueron velados en la funeraria La Altagracia. Al entierro fue poca gente para evitar apresamientos. La Policía ordenó que lo sepultaran a las nueve de la mañana, que no se entonaran himnos. Los agentes iban delante, detrás, a los lados de los asistentes. Quizá estaban tan embriagados de alcohol como el día que lo fusilaron.

“Les salía el tufo, no podían haberlo matado sobrios, le tenían miedo, afirma Elsa, era el mayor estratega de la izquierda. Aquí había dos hombres guapos, él y Amín Abel”.

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