Honestidad y deshonestidad en el arte

Honestidad y deshonestidad en el arte

Había tenido un buen día. Inicié la semana mirando atentamente los cuadros que exhibe Lyle O. Reitzel en su galería de arte contemporáneo y comprobé que el galerista, decididamente, sabe escoger el arte sincero, el arte que es resultado de un exprimir el jugo denso de los sentimientos para lograr una obra de alto mérito.

Existe mucho arte, no solo contemporáneo sino meramente moderno, que se presta para sorprender al incauto, para engañar al ignorante con lo que aparenta ser incomprensible y en verdad es solo un artilugio de mediocridades que el indocto y desavisado acoge -por no pasar vergüenza- con torpes expresiones de comprensión y respeto.

Me regocijé de ver excelente arte contemporáneo, realizado por artistas nacionales y extranjeros con perfección, esmero, y alto conocimiento del “oficio” montado sobre extensas jornadas de trabajo.

Subiendo el día hacia el arribo de la noche, me atrapó una serie de grabaciones en CD que me dejaron perplejo, porque se trataba de interpretaciones de grandes instrumentistas, falseando, irrespetando, las obras que tocaban. Especialmente dos violinistas que he admirado y admiro por sus extraordinarias dotes: Issac Stern y Joshua Bell.

Stern tocaba el Concierto en sol menor de Max Bruch, acompañado por Eugene Ormandy al frente de la Philadelphia Orchestra. Yo conocí a Ormandy e imagino lo que sentiría corriéndole atrás a un personaje tan respetable como Stern, quien se disparaba en carreras y cambios de “tempi” fuera de lugar, rompiendo el clima romántico y noble de este concierto… digamos… a menos que se estuviese divirtiendo al demostrar que con su habilidad como director podía alcanzarlo y mantenerse pegado a él en todo momento. En cierto momento me dio un ataque de risa lo que parecía una carrera de caballos desbocados.

Luego me tocó escuchar a otro gran violinista, Joshua Bell, de quien había disfrutado magníficas interpretaciones que lo han colocado en el tope de mis artistas más admirados. Bien. Resulta que Bell tocó el Preludio y allegro de Fritz Kreisler –escrito al estilo de Pugnani– y me alarmó su irrespeto a la obra. Unas veces se destapaba con vertiginosidades paganinescas –muy ajenas al estilo de la obra–, otras fraseaba con indiferencia que desaparecía ocasionalmente como diciendo “yo sé como es, pero me da la gana de hacer otra cosa”.

Se trata de dos grandes artistas, dueños de una trayectoria luminosa, pero resulta que desde hace algún tiempo, los artistas de alto nombre y cotización se ven obligados a repetir a menudo obras que el público quiere y los contratantes demandan… entonces, ellos, hastiados de repetir lo mismo y además buscando diferenciarse de los demás (cada día aumentan los nuevos virtuosos instrumentales) se embarcan en interpretaciones que traicionan el espíritu de esas obras famosas.

Hace poco oí a un gran pianista tocando el segundo movimiento del Concierto No. 1 de Tchaikovsky, con una lentitud e indiferencia que parecía imposible. Era un monumento al aburrimiento, para luego atacar la sección rápida de ese movimiento, más o menos a la velocidad correcta. Es lo mismo: “Yo sé como es, pero quiero ser diferente”.

En el siglo catorce, el gran maestro del Ars Nova Guillaume de Machaut (1300-1370) dejó dicho: “Quien no obra por sentimiento, falsifica sus palabras y su canto” (Qui de sentiment ne fait, son dit et son chant contrafait).

Yo detesto las falsedades en el arte.

Y en otras cosas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas