Honestidad

Honestidad

VLADIMIR VELAZQUEZ MATOS
Se cuenta que en Atenas un menudo hombrecillo acompañado de su perro y tonel, deambulaba de un lado para otro de esa ciudad a la búsqueda de un imposible. No se trataba de un tesoro ni de un secreto arcano o esotérico ni de la fuente de la eterna juventud ni nada por el estilo, era algo más simple, pero por ser tan aparentemente simple era también muy complicado, lo que tenía sorprendidos a sus contemporáneos (que por cierto, lo tildaron de chiflado), y a la gente de hoy, que a más de dos mil y pico de años de distancia, siguen sin entender esa bendita búsqueda.

Ese señor era Diógenes, llamado también el cínico (por lo de la compañía canina), quien con su candil en mano en pleno día deseaba encontrar un hombre honesto.

Hoy, como hemos dicho, ese hombre no aparece, o tal vez si, pero muy escondido en la espesa maleza de éstos que denominamos humanidad, la cual no ha sucumbido a lo más profundo del pantano de la ignominia, debido a esos contados seres que han tenido y tienen la virtud de ser honestos consigo mismos y con los demás.

Y si bien es cierto que la honestidad es una cualidad que siempre ha sido escasa desde el comienzo de los tiempos, en este momento presente, el de los más inimaginables avances de la ciencia y de la técnica, el de la emancipación de la mujer y los derechos de las minorías; el de la concientización por el cuidado del medio ambiente, así como de la comunicación instantánea, en fin, de todos los grandes hallazgos y el progreso material más extraordinario de todas las épocas, lo es más por la parálisis espiritual y la cultura de la muerte que hoy impera por doquier, pues está demás decir que no se ha dado ni un paso de hormiga hacia delante en lo concerniente a la moral, a lo ético, específicamente a lo relativo de lo que es ser un individuo íntegro, honesto, llegando a la conclusión, esa nuestra humilde opinión, que hemos involucionado, convirtiéndose el hombre honrado de estos tiempos tormentosos, no en una rara avis ni en una especie en peligro de extinción, sino en un enemigo del mundo como el famoso personaje Ibseniano, que pese señalarnos con pelos y señales nuestros más profundos y retorcidos yerros, nos indica un camino de vida digno a seguir, pero que, lamentablemente, entorpece los más abyectos intereses de la manada haciendo imperactivo su anulación moral y hasta física.

La honestidad, amable lectores, si bien siempre ha sido una virtud escasa, era una preciada cualidad, algo a lo que se aspiraba y que fue el generador de esos grandes movimientos emancipadores como la reforma luterana, el enciclopedismo, las gestas liberadoras de toda América, así como las extraordinarias revoluciones pacifistas de Gandhi o del reverendo Martín Luther King, y la cual era enseñada con orgullo en la casa o en la escuela para poder convivir de manera decente y civilizada.

Hoy eso no se estila, puesto que lo que demanda estos tiempos de negras, negrísimas incertidumbres, es la negación de las utopías y de la solidaridad entre los pueblos a favor del más traidor y nefasto de todos los dioses: “su santidad Mercado o don Dinero”, no importando que a favor de este falso valor se destruyan honorabilidades y naciones enteras o queden irremisiblemente dividido padres, hijos y hermanos.

La deshonestidad, por desgracia, es el más grande y pernicioso antivalor convertido en valor que anida en todos los estamentos de la sociedad humana, muy en particular en una como la nuestra, hoy herida de muerte si no cambiamos el actual estado cosas por otro menos lúgubre para que no hundir en la podredumbre a estas generaciones emergentes y las que están por venir.

¡Qué tristeza que en este momento de lujuria delictiva nuestro candil no nos sirva para orientarnos en las tinieblas de la hipocresía, y no podamos vislumbrar, aunque sea tímidamente esbozada, una simple propuesta hecha con una pizca de honestidad!

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