Honestos hasta el cuello

Honestos hasta el cuello

Avergonzado y resignado, confieso que no sé nadar y burlándome de mi propia minusvalía, a los que destacan mi debilidad, les digo: “Soy buzo del cuello para abajo”.

He pasado largos años de mi vida participando de actividades en hospitales y en uno de ellos, motivado por las protestas de todo el personal, pacientes y familiares, el director de entonces me invitó a participar en una pesquisa sobre el destino de decenas de miles de pesos pagados para arreglar los ascensores sin que los técnicos aparecieran. La investigación terminó cuando descubrimos que el dueño de la supuesta compañía reparadora era el hijo de alguien considerado como “hombre de extrema confianza” del presidente de la república de esa época.

En otro gobierno, un subdirector mantenía un pugilato para que un médico hiciera sus guardias nocturnas y su empeño cesó cuando fue llamado por alguien “grande” desde el palacio nacional para que dejara al médico tranquilo.

Historias parecidas se repiten en todas las esferas de la vida nacional, donde personas y personalidades denuncian actos de corrupción y vínculos o actividades del crimen organizado, pero hasta un nivel donde falta un nombre específico, una orientación exacta o una prueba fehaciente para que caigan los grandes responsables que delinquen, y ante la pregunta colectiva de por qué no completan su valioso esfuerzo, la respuesta es: ¿Y tú quieres que me arranquen la cabeza?

La vocación de mártir es prenda cada vez más escasa en nuestras sociedades y lo habitual es que, midiendo milimétricamente los riesgos, la mayoría seamos honestos hasta el cuello, nadando y buceando donde el nivel de las aguas no nos cubra la cabeza.

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