Hong Kong en mis recuerdos

Hong Kong en mis recuerdos

Como ha expresado en repetidas ocasiones el presidente Xi Jinping, y el propio embajador de China en nuestro país, Zhang Run, el problema de Hong Kong es un asunto interno de China y solo a China le corresponde solucionarlo.

Con las movilizaciones que han estado produciéndose en Hong Kong, la atención mundial se ha dirigido hacia esta antigua colonia británica, pero ¿cuáles son las motivaciones, o pretextos que motorizan estos acontecimientos?
Miremos un poco hacia atrás para entender mejor la situación.
El inmenso territorio chino y sus grandes riquezas naturales y humanas constituyeron siempre una tentación para los depredadores europeos y, particularmente, para el imperio británico que vio sustentadas sus posibilidades de comercio con China, principalmente en pagos con opio. En otras palabras, los ingleses no le pagarían a los chinos con oro ni plata, sino con drogas narcóticas, a cambio, los ingleses obtendrían seda, porcelana, laca, té y varios otros productos de mucha importancia comercial.
A los ingleses le cupo la «gloria» de ser los fundadores del narcotráfico en los tiempos modernos, y sin dudas, a una escala gigantesca. Así le fue impuesta la cultura occidental a China en aquellos momentos.
Ya el emperador Daoguang había ordenado a su asistente, Lin Hse Tsu, que enviara una comunicación a la reina Victoria de Inglaterra, tatarabuela de la actual reina Isabel II, pidiéndole que su imperio respetara las leyes del comercio internacional y cesara el tráfico masivo de drogas hacia China. No se obtuvo ningún resultado aparte de la intensificación del narcotráfico británico hacia el territorio chino.
Cuando el gobierno imperial chino impidió la entrada del opio a su nación, la corona británica envió una poderosa flota de guerra con fuerzas muy superiores a las chinas e impuso el Tratado de Nankín obligando a los vencidos a aceptar por la fuerza la peligrosa droga que entrarían libremente por cinco puertos, así como la entrega de la isla de Hong Kong a los ingleses por ciento cincuenta años. Fue lo que se conoce como la Primera Guerra del Opio de 1839 a 1842.
Más adelante las ambiciones del imperio británico, sobrepasaron los límites de las conquistas logradas con la primera Guerra del Opio y se lanzaron a una nueva agresión conocida como la Segunda Guerra del Opio, donde con el apoyo de Francia, Rusia, Estados Unidos y otras potencias de la época ampliaron el territorio de Hong Kong, así como el «derecho» a introducir las drogas narcóticas por un buen número de puertos adicionales a los que ya venían utilizándose desde el tratado de Nankín.
Al ser vencidos los chinos, los occidentales obtuvieron numerosas concesiones verdaderamente humillantes, como fueron la autorización a utilizar diez nuevos puertos para la introducción de drogas narcóticas a China, derecho a los barcos occidentales a navegar libremente por el inmenso rio Yangtse, así como oprobiosas indemnizaciones por los chinos defender los derechos de su nación.
En verdad, en la historia moderna no hay ejemplos de ignominia de la dominación contra un pueblo pacífico y trabajador como el ejemplo de lo sucedido en China.
En este período las fuerzas militares invasoras de Inglaterra y Francia incendiaron el Palacio de Verano de Pekín en uno de los más grandes crímenes contra la cultura universal.
Mientras, continuó sin interrupción la agresión occidental, principalmente británica, y en 1898 los agresores impusieron nuevas condiciones onerosas a los chinos, como fue la extensión del territorio colonial y un tratado donde China cedía graciosamente a Inglaterra, por cien años, el territorio de Hong Kong.
Me correspondió visitar la colonia de Hong Kong, en ruta hacia Tokyo, en el verano de 1964, luego de la reunión que tuvimos Ilander Selig y yo con el presidente Mao Tse-tung y varios dirigentes de la revolución china. Fue el primer encuentro entre el Partido Comunista de China (PCCh) y una organización revolucionaria dominicana, el Movimiento Popular Dominicano (MPD). Eran momentos donde solamente el MPD se atrevía a exteriorizar su apoyo al PCCh, y por ese apoyo solidario y solitario a la revolución china, hubimos de pagar el alto precio de la represión más brutal contra nosotros en nuestro país. Abundaron las muertes, desapariciones, torturas, encarcelaciones y deportaciones.
Durante esas conversaciones las autoridades chinas nos invitaron a participar en la 10ma Conferencia Mundial Contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno a celebrarse en Tokyo, Japón, en los primeros días de agosto de 1964, donde fui elegido miembro del comité directivo de dicho evento.
Salimos de China hacia Hong Kong desde la ciudad de Cantón. Previamente indagué con mis anfitriones acerca de los peligros que pudiéramos enfrentar en esta colonia inglesa dentro del territorio continental de China. Nos señalaron las directrices que deberíamos seguir para no tener tropiezos en nuestro tránsito hacia Japón y concluyeron con: «Allá ustedes no tendrán ningún problema».
De antemano nos habíamos enterado de que la colonia existía gracias al agua potable que en un 100 % le servía China, pues no tenían agua potable en ese pequeño territorio y sencillamente necesitaban a China para sobrevivir. Y además los tiempos habían cambiado demasiado desde el triunfo de la revolución socialista y la fundación de la República Popular China, ahora, en 1964, el pueblo chino y su revolución eran más poderosos que las viejas potencias coloniales. Sin embargo, habíamos sido advertidos de que la ciudad había sido convertida en un importante centro de operaciones del espionaje occidental hacia China ya que era una de las principales puertas de entrada de la influencia occidental hacia ese país. En otras palabras, la colonia de Hong Kong mantenía viva la idea de hacer retroceder la historia a épocas de dominación ya superadas y sepultadas por el avance incontenible de la revolución que triunfó el primero de octubre de 1949.
Nos hospedamos en un hotel seguro, que previamente nos habían reservado, y mientras esperábamos nuestro vuelo a Tokyo, hicimos algunos recorridos por la ciudad y fuimos a conocer el inmenso puerto, con numerosos buques de las más variadas nacionalidades. Mi compañero de viaje Ilander Selig me tomó una foto frente a la entrada del puerto que inmortalizó el momento. Sin embargo, Hong Kong todavía era relativamente atrasada en 1964 y se observaban cerros circundantes aún deshabitados en contraposición con la ciudad que conocemos hoy, coronada con grandes rascacielos y con muy poco terreno desocupado.
Recorrimos algunas calles comerciales y nos adentramos en algunos sectores de viviendas, encontrando siempre una población mestiza de raza china con raza blanca europea.
Los británicos sabían perfectamente que su dominio se acercaría inexorablemente a su fin en 1997 de acuerdo al calendario establecido por ellos. Sería un paso más de retirada o repliegue de los grandes imperios que dominaban el Asia desde varios siglos atrás. Los tiempos de Juan Sebastián Elcano y Magallanes, extendiendo la dominación europea alrededor del mundo, habían quedado definitivamente en el pasado.
Con la reincorporación de Hong Kong al seno de China debería cerrarse para siempre un capítulo triste de la dominación imperial de los occidentales en Asia, pero no ha resultado así. A pesar de la tolerancia del gobierno chino para con la antigua colonia, las mismas fuerzas que otrora dominaron la ciudad ahora perturban el inexorable y gradual reencuentro de Hong Kong con su Madre Patria. Contribuyen a crear desórdenes que dificulten esa necesaria e inevitable integración.
Como ha expresado en repetidas ocasiones el presidente Xi Jinping, y el propio embajador de China en nuestro país, Zhang Run, el problema de Hong Kong es un asunto interno de China y solo a China le corresponde solucionarlo definitivamente y para beneficio del pueblo chino, incluso del pueblo chino residente en Hong Kong.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas