Honrar a la gran madre

Honrar a la gran madre

ACuidar de mí misma como haría una madre se ha convertido en una forma de prestar oído a mis necesidades más profundas y de responder a ellas al responder a la niña que llevo dentro…@ Melinda Burns

Dudé mucho si debía o no escribir este artículo. Sentía que quizás no era necesario reiterar el motivo de mis lágrimas a causa de la dolorosa ausencia de mi madre. Llevo mucho tiempo sin pronunciar esa mágica, simple y hermosa palabra: Amamá@. (Qué poderosa fuerza tiene esa expresión! A veces ni me atrevo a susurrarla, por temor a que se agolpen los recuerdos. Intento guardar en el lejano baúl de mis memorias esos años de amor infinito y sin condiciones. Pero me doy cuenta que es imposible olvidar cuarenta años de amor y entrega infinita. (Cuánto quisiera hoy poder decir, gritar y llamar (mamá! (mamá!!

No tuve la suerte de haber sido bendecida por la diosa de la fecundidad. Mi cuerpo se resistió a procrear vida. No tuve la oportunidad de escuchar chillidos gritándome (mamá!, como lo hacía yo de niña con mi madre. La vida no me puso en evidencia para saber si podría guiar por los senderos del bien a los hijos de mi carne. Tampoco pude probarme si tendría la paciencia de acompañar adolescentes rebeldes. No supe si sería capaz de aceptar las decisiones de hijos adultos. Pero a pesar de esas carencias, la vida me regaló placeres sustitutos que han aligerado un poco la carga. Aprendí a vivir con esa dimensión inconclusa de mi existencia.

Buscaba nuevas formas de expresar estos sentimientos. Tomé de nuevo el libro de Sarah Ban Breatnach, El encanto de la vida simple. Y esta mujer, nueva vez, me ofreció un camino sencillo que alivia el pesado fardo y minimiza el dolor. Plantea que en la edad adulta, después de haber transitado muchos caminos, sentimos la necesidad de disfrutar de nuevo la ternura. AMuchas mujeres que conozco comparten el anhelo no expreso de ser reconfortadas. Cuidadas como lo haría una madre…Aunque somos adultas, nunca llegamos a superar la necesidad de que alguien especial nos abrace, nos acaricie el cabello, nos arrope y nos asegure que mañana todo irá bien. Tal vez necesitemos volver a experimentar conscientemente la dimensión maternal y profundamente consoladora de la divinidad para aprender a ser madres de nosotras mismas…@

Después de leerla, me refugié en mis recuerdos. Pensé en mi madre y sus abrazos, pensé en mi madre y sus palabras de consuelo, pensé en mi madre y en su silencio complaciente y cómplice, pensé en mi madre y sus consejos. Entonces me sentí feliz. El dolor de antaño se convirtió en alegría. Me sentí dichosa de haber disfrutado de su compañía por cuatro largas décadas. Y palpé mi vientre estéril, y lo bendije, porque su negativa a procrear me permitió abrir mi corazón a otros placeres de la vida, y a dar amor a otros seres humanos, que quizás no habría alcanzado a amarlos tan intensamente, de haber tenido preocupaciones y deberes maternales.

Y pienso que cada mujer, virgen, estéril o fértil es una gran madre que debemos venerar, sencillamente porque complementamos la mitad de la vida, forjamos la mitad de los sueños, educamos los hijos, los hijos de nuestros hijos, los hijos de nuestros amigos y hermanos, sencillamente, porque la divinidad nos dotó de sentimientos que no debemos sepultar en el rencor ni la desesperanza.

Escribo estas palabras para sumarme a las otras mujeres que tampoco han dado frutos y quizás por eso no han podido secar nunca sus lágrimas. Llorar y añorar es legítimo siempre y cuando no olvidemos de mirar a nuestro alrededor, para amarlo y bendecirlo.

En medio de mis viejos dolores, ausencias y añoranzas, aprovecho este día para venerar la divina virtud de la procreación responsable y amorosa. (Feliz día de las madres!

La poetisa Ntozake Shange escribe: encontré la divinidad en mí misma y la amé, la amé intensamente.@ No hay una forma más bella de honrar el amor que nos profesa la divinidad femenina de la maternidad que celebrar en la tierra el templo donde mora tu Espíritu.

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