Honras empequeñecidas

Honras empequeñecidas

Policarpio Patiño trascendió la creatividad literaria construyendo un modelo por excelencia del talento retorcido, arrodillado frente al poder, habilidoso orquestador de las ventajas por andar cercano a un gobernante y acumulador de riquezas indecentes. Augusto Roa Bastos lo retrata perfectamente. Ahora bien, en la vida real, acumuló tanto poder que el dictador Rodríguez de Francia le permitía firmar decretos, creándole el entusiasmo de sentirse heredero por excelencia. Así lo pensó y con posterioridad al fallecimiento de su líder, un error provocó su destitución para terminar sus días ahorcado. Concluyó en la ruina moral y el 1 de octubre de 1940 la sociedad paraguaya despedía un talento singular diezmado por un tortuoso ejercicio del poder.
En el año 1936, la llegada de José Almoina al país sirvió para orientar intelectualmente a Ramfis Trujillo. Pero aquella pluma insigne influyó tanto en la esposa del generalísimo que sus ideas eran calzadas con la firma de la dama procurando darle un barniz académico. Y cuando en México se publicó bajo el seudónimo de Gregorio Bustamante el texto, Una Satrapía en el Caribe, el tirano extendió su mano hasta suelo extranjero porque supo que el verdadero autor era el español que había fungido como su secretario particular. Tanta inteligencia puesta al servicio de una causa infame terminaba sus días en la ruina ética.
Preservar el honor frente a los ajetreos y la dinámica del poder coloca a gente honrada ante el dilema de ceder principios y valores desvinculados de su grado de formación y hoja de servicios. Aquella frase de Bolívar de “que el talento sin probidad es un azote” toma cuerpo ante los cambios repentinos y saltos conceptuales. Recordar que ese gigante de las letras, José Vasconcelos alquiló su pluma para prologar el libro Meditaciones Morales nos conduce por los caminos que amargan y fortalecen el descreimiento. Todo es posible, básicamente cuando el dinero conquista con tanta facilidad. ¡Qué pena!
Los referentes de sobrevivencia están invertidos. Abnegados, talentosos y honestos andan eclipsados por los símbolos del éxito. Empresarios que acumulan violentando reglas esenciales, políticos populares a fuerza de papeletas, intelectuales degradados por la nómina pública y periodistas que alquilan sus plumas por las ventajas oficiales. Honras empequeñecidas a cambio de un ascenso social desenfrenado. El verdadero esfuerzo transformador de la actual coyuntura tiende a caer a niveles de espontaneidad dañinos porque parte de que todo, como el maná, llega desde el cielo. Y no es así. La sociedad necesita de gente que, sin importar militancias ideológicas y orientación religiosa, invierta en la construcción de un país mejor.
Los obstáculos son muchos, pero debemos saltarlos. Y es que nada está oculto porque el ciudadano tiene acceso a información privilegiada y desde cualquier esquina barrial hasta los círculos de altísima importancia económica se conocen los detalles del cabildero que se ufana de sus conexiones con el poder político que chantajeó a un empresario del gas pidiéndole sumas millonarias, los personajes asociados al negocio de AC-30 que se generan altísimos beneficios, el ingeniero rumbo al fusilamiento judicial que distribuyó millones en contratas para compensar la “inversión” de su movimiento en el sector externo, el ejecutivo periodístico beneficiado de casas veraniegas en Jarabacoa que explican la línea oficial del medio bajo su responsabilidad, opositores con préstamos en el Banco de Reservas, un aspirante a juez de la JCE casado con la principal suplidora de canastas navideñas de la institución, el viejo roble partidario que se deleita con vinos caros en los restaurantes capitalinos.

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