Horrendo

<p>Horrendo</p>

Honda conmoción ha causado la criminalidad  a la ciudadanía  toda y en particular a los hombres, mujeres y niños de procedencia china (Taiwan y el continente) que se acogen a la hospitalidad dominicana. Tres ciudadanos de ellos, incluyendo dos menores de edad, fueron muertos anteayer con extrema crueldad por personas no identificadas en la ciudad de San Pedro de Macorís.

Fueron asesinados en el lugar donde dormían, dentro de un negocio de la familia de las víctimas. Degolladas como animales de sacrificio, aparentemente con el móvil de robar.

La delincuencia común es uno de los mayores tormentos de la colectividad en todo sitio del país.

La sociedad  ha vivido una aguda pérdida de seguridad en los últimos años, viniendo de condiciones menos perturbadas por el bandidaje, aún cuando desde mucho tiempo antes la Policía  ni la Justicia eran suficientemente efectivas para proteger las calles, perseguir malhechores y aplicarles la ley.

Tal ha sido la oleada criminal y de delitos varios, de homicidios como el de la joven Vanessa Ramírez en Santiago, que se convirtió  en símbolo de indignación, dolor y reclamo, que la autoridad se sacudió.

La Policía ha vivido una etapa de reorganización y fortalecimiento.

Y aun siendo controversial la aplicación  del actual código procesal penal, las estadísticas indican que ahora se producen más sentencias de castigo que antes.

No obstante, los correctivos no han bastado para reponer el sosiego, ni por que el tope de horario al expendio de bebidas alcohólicas reduce la violencia en forma notable.  El horrible asesinato triple de San Pedro de Macorís, que nos lleva a expresar condolencias y solidaridad  a la comunidad china, debe movernos a buscar aún  más las raíces de la barbarie criminal; y endurecer las leyes y procedimientos; a prevenir con más empeño  y a no permitir que las garantías a los acusados sigan facilitando  que gente de vida altamente delictiva  y con largos historiales vuelvan continuamente a disfrutar de libertad.

¡Oh, la Duarte!

Emblemática y comercial hasta lo último, la avenida Duarte de Santo Domingo, digna de mejor suerte por sus amplios servicios y nutrida concurrencia diaria, se encuentra en uno de sus peores momentos a causa de unos trabajos de reconstrucción de pavimentos y aceras, más la transformación  que convertirá a uno de sus tramos  en el barrio Chino de la Ciudad, un esfuerzo conjunto de las autoridades y de la comunidad asiática en cuestión, proyecto en el que se hermanan  los hijos de esas tierras asiáticas, poniendo a un lado sus diferencias políticas y sociales, como ocurre también allá en su lugar de origen, donde Taiwan y la China Popular, en disputa de soberanías y conflictos jurisdiccionales,  siguen constituyendo sin embargo las alas  desiguales de un mismo pájaro.

La actividad económica, el trabajo  y los reencuentros de familias separadas durante medio siglo por una frontera de durezas y enconos  en lo político y lo diplomático, han mantenido  la unidad suprema que significa  ser chinos.

El resurgimiento de la avenida Duarte como la gran arteria del comercio capitalino, notablemente preferida por sectores humildes de la sociedad y de bastante aceptación entre muchos ciudadanos de otras condiciones, ha tardado demasiado.

No es esta la primera Navidad que la sorprende arruinada, y con trabajos de construcción a medio talle, con aceras llenas de hoyos, así como montones de escombros.

En nombre de la sociedad santodominguense en general, hay que reclamar del gobierno y del ayuntamiento del Distrito Nacional que se emprenda ya una etapa de acción continua hasta completar, con obras físicas y medidas de reordenamiento, el resurgir de la importante vía, con la que todavía se pretende honrar el nombre del fundador de la República.

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