¡Horripilante!

¡Horripilante!

PEDRO GIL ITURBIDES
Creí haber agotado mi capacidad para horrorizarme al leer de la forma en que Agustín Severino Rodríguez mató a la niña Gissell Altagracia Díaz Cabrera. ¡Pobre imaginación! Me faltaba conocer el caso del sector Los Coquitos de Mendoza, en donde Joel Rodríguez Díaz y compartes asesinaban por oficio. ¡A dónde hemos llegado por estos tiempos! Aquello del doble asesinato de la administradora de una joyería y de un guardián debe ser visto como loco aniquilamiento de una asociación de malhechores.

Porque quienes leyeron de la muerte de Dorka Paradas Demorizi y León Medina saben que este hecho constituyó uno de esos crímenes impulsados por la ambición. Varios funcionarios de la empresa de guardianes que tenían el contrato de salvaguardar los bienes de la joyería urdieron el doble homicidio y el robo, obnubilados por la idea de hacerse ricos con riquezas ajenas. Y mataron a doña Dorka y al guardián Medina, de otra empresa de guardianes, quizá porque se negó a ser infiel a su misión.

Rodríguez Díaz y sus socios asesinos, en cambio, establecieron una empresa de homicidios sin causa. Les bastaba que una presa potencial estuviera a mano, sin que ofreciera resistencia visible, para que le quitasen la vida. Y lo más espeluznante es que las víctimas eran lanzados al mar, tirados a un pozo séptico o sepultados en un nicho en la casa de Joel. Atónitos todavía, nos preguntamos si las historias que se cuentan, responden a la realidad.

Pienso en los hijos de Joel. Y en la manceba que le ha servido de mujer, y que lo secundó en estos menesteres infernales. Hijos adolescentes, le servían a Joel para apedrear cautivos, y acomodar de este modo la presa. La mujer, madrastra de aquellos, adolescente ella también, participaba como señuelo en algunas ocasiones. Esta madeja de males se ha desatado porque a uno de los muchachos lo ha golpeado en forma inmisericorde, con lo que se decidió por denunciar este contubernio del mal.

Los animaba el robo, conforme los relatos que se hacen. Tras el terrorífico descubrimiento se han encontrado restos de, al menos, dos vehículos junto a la vivienda. Pero esta forma de robo no explica la satánica inclinación con que este grupo se dedicaba a disponer de la vida de desconocidos. De hecho, algunos de los que se presumen asesinados por Joel y los suyos no poseían ni en qué caerse muertos. ¡Qué dantesco cuadro familiar!

¿Cómo lograba Joel convencer a las víctimas de acercarse a ese antro del mal? Algunos que alegan haberse salvado por cautos o paranoicos, ofrecen un atisbo de las maneras en que el aparente cabeza de la cuadrilla engatusaba a los que escogía. Cuentan que Joel ocupaba motoconchistas so pretexto de transportarlo. Al entrar a la calle en que se encuentra erigida la casa del mal, Joel pedía acercarse a la vivienda, porque sufría problemas de locomoción. Al acercarse a los predios de la edificación, de algún modo, aún no explicado, conseguía introducirlo bajo techo. Y el resto está saliendo a flote, entre verdades míticas y leyendas reales.

Encomendémonos a Dios. El padre que golpea a un hijo hasta destrozarlo. El rufián con ínfulas de guardián que se cobija a la sombra de otros farfulleros como él, y traiciona la fe de quienes le encomiendan vida y bienes. En fin, la prolija lista de sucesos criminales que conturba al país, son acontecimientos que nos obligan a volver la vista al Señor. La sociedad dominicana ha sido inficionada por el mal. La autoridad pública parece asediada por los criminales. ¿Quién nos queda? ¡Dios!

Elevemos preces al Altísimo. Invoquemos su nombre. Y pidámosle que, como en tantas otras ocasiones, salve a sus hijos de las andanadas del mal. Porque esta terrible historia que ahora conocemos sobre Joel Rodríguez Díaz, su mujer, sus hijos y otros cómplices, es tan inexplicable que sólo buscando el auxilio del Señor podemos desentrañarla.

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