Hospitales: barril sin fondo

Hospitales: barril sin fondo

Quien escribe no bien había cumplido dieciséis años en 1961 cuando ya era interno del hospital Dr. Francisco E. Moscoso Puello. En ese entonces a los estudiantes de medicina que vivían o trabajaban en esos centros de salud se les llamaba practicantes.

Atendíamos las emergencias de tarde y en las noches, en tanto que en la mañana acompañábamos a los jefes de servicio y ayudantes durante el chequeo a los pacientes encamados.

También ayudábamos en sala de cirugía y en la de  parto. En mi caso particular trabajaba como técnico de banco de sangre todas las noches, incluidos los fines de semana. Se hace necesaria esta introducción para que quien lea entienda que como escribiera José Martí a su amigo Manuel Mercado  “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”. Tradicionalmente los hospitales dominicanos han sido el lugar a donde acuden las personas que no disponen de los recursos para ser atendidos en una clínica.

En términos generales puede afirmarse que la calidad de los servicios hospitalarios nunca ha sido lo mejor, salvo algunas excepciones. Las precariedades en los recursos asignados, combinado al poco compromiso con una puntual  asistencia, eficiencia y solidaridad por parte del personal de salud ha dado como resultado que, en ocasiones, la gente pobre acude a una institución tratando de preservar la vida y lo que consigue es el aceleramiento de su muerte.

Como muestra basta este botón: una multípara de 33 años con un embarazo a término de 40 semanas entró en labor de parto a la emergencia de un hospital de tercer nivel en la capital. Fue atendida por un médico residente de nivel básico. A las cinco horas dio a luz a una bebé saludable que pesó seis libras y media. El  alumbramiento se acompañó de un intenso sangrado. El neófito observó un extenso desgarro en el canal del parto e intentó suturarlo empezando por el introito vaginal.

Cuando la hemorragia se hizo más intensa el  médico en formación decidió llamar a un residente de mayor nivel. La pérdida de sangre se incrementó y  la parturienta entró en un estado de shock. Se llevó la mujer al quirófano pero ya el caso se había tornado agudamente grave. En cirugía se constató que el útero estaba roto. En el vano intento tardío de una histerectomía para yugular el sangrado la mujer expiró. Medio siglo después de nuestra incursión en el campo de la medicina seguimos observando que las emergencias de los hospitales siguen siendo manejadas por las manos menos expertas. ¿Cómo cambiar el paradigma de esa vieja cultura?

Entiendo que un médico residente es un recurso en formación y que por lo tanto nunca deberá estar encabezando el  manejo inicial de los pacientes. Es el momento de reorientar y redefinir el rol de esos futuros especialistas en los hospitales. A estos jóvenes profesionales  se les impone una carga sobre sus hombros que ni ética, ni legalmente les corresponde llevar. Es hora de agarrar el toro por los cuernos. Es parte de la estrategia para reducir las muertes materno infantiles y mejorar la calidad de los servicios hospitalarios al pueblo humilde. De lo contrario, seguiremos amolando y siempre boto, malgastando los millones de chanflín al depositarlos en un barril sin fondo.

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