La cultura de hospitalidad dominicana tiene un momentum de impulso en la clase media o pequeña burguesía rural que se desarrolló en la segunda mitad del siglo 19, con el desarrollo de las medianas y pequeñas explotaciones tabaqueras. Los tabaqueros siempre mantenían buenas relaciones con la parentela y gentes de negocios de Santiago, Moca y La Vega, a quienes solían invitar a disfrutar de unos pasadías inolvidables debajo de frondosos árboles. Recuerdo tías solteras decorando la casa, terrazas y enramadas; debajo de los árboles se cubría el suelo con arenas doradas traídas en burros desde las minas del Caimito y Ortega.
En cualquier hogar, la presencia de extraños obliga a mantener las cosas defectuosas bajo control, para no desagradar al invitado. Las visitas suelen ser motivo de estresamiento, de discusiones y quejas entre los de la casa, preocupados por dar buena impresión y presentar imagen de decoro, decencia y buen gusto.
En la víspera nos damos cuenta súbita de cosas que faltan o que habían estado fuera de lugar por mucho tiempo, y que solo en esa ocasión empiezan seriamente a preocuparnos.
Recibir visita es una costumbre muy antigua, la Biblia advierte cómo ser hospitalarios y corteses con los extranjeros. Personalmente, recibir visitas nos obliga a exponer nuestros yo y nosotros ante los demás, forzándonos a mirarnos hacia adentro, percatarnos de debilidades y defectos; y a procurar hacer algo al respecto. Nuestros defectos nos exponen al ridículo, la burla y el desprecio. Pero al mismo tiempo, la presencia de los visitantes suele sacar lo mejor de nosotros, todo lo que es digno de ser presentado ante los demás, incluso lo mejoramos para agradarlos. Lo cual nos ayuda a elevar nuestro sentimiento de personalidad, nuestros egocentrismos y etnocentrismos, o más simplemente, nuestro orgullo personal, familiar, regional o nacional. Por lo cual nunca ha sido sencillo recibir visitantes. De hecho, en el mundo actual recibir visitas es hoy día una profesión, una industria compleja y sofisticada, de alta tecnología, y la de mayor relieve para muchos países y regiones.
Lo peor que nos puede ocurrir es que nos vean como poco educados, desconsiderados, sucios, inescrupulosos, ruidosos, malolientes, desaliñados y poco amables. En casos de países como el nuestro, la presencia de visitantes no es cuestión de buen o mal gusto: Para gran parte del país se trata de vida o muerte, de “to be o not to be” en el mercado mundial del turismo.
La cosa se pone peliaguda cuando lo que se sabe o se dice de nosotros es que no respetamos o no cuidamos debidamente la vida y la seguridad personal de los visitantes. Observemos que hasta en países más primitivos e inhóspitos, se trata bien a los que vienen en son de paz con y regalos en las manos. Guacanaganix posiblemente se excedió en hospitalidad con los descubridores. Pero sin llegar a extremos, nuestro deber es responsabilizarnos todos en hacerles agradable su estadía; manteniendo limpia la casa, siendo corteses y dignos todo el tiempo. No acosarlos ni asustarlos con conductas desaprensivas, ni desaforadas.