Hostos ¿excomulgado por la Iglesia?

Hostos ¿excomulgado por la Iglesia?

POR JESÚS DE LA ROSA
En la página 590 del ¨ Código de Derecho Canónico ¨ publicado en 1993 en los idiomas latín y castellano por la editora española EDICEP, leímos que la excomunión es la más dura y conocida de las penas eclesiásticas y que ésta no era una pena en el sentido de reparación de la injusticia cometida ni un medio de mover a conversión al reo, sino más bien una consecuencia de su infracción.

Y que al excomulgado le está prohibido participar en la celebración de la Santa Misa y recibir los sacramentos.

– ¿ Eugenio María de Hostos fue excomulgado por la Iglesia Católica?

Los enconos que los dignatarios de la Iglesia Católica dominicana le guardaron al insigne maestro y patriota puertorriqueño dan a entender que sí. A Hostos le fueron negados los auxilios religiosos a la hora de su muerte; a su sepelio no asistió ningún dignatario de la Iglesia Católica dominicana; tampoco a ninguna de las ceremonias de traslado de sus restos mortales.

No obstante, este redactor no conoce ningún documento donde haya quedado consignado el hecho de que Eugenio María de Hostos hubiese sido excomulgado.

– ¿Qué pecado mortal cometió Eugenio María de Hostos para merecer tanto rencor de parte de los dignatarios de la Iglesia Católica dominicana? ¿ Era que lo consideraban ateo, iconoclasta o hereje? ¿ O era que el insigne patriota y maestro puertorriqueño no obtemperaba a las dogmáticas doctrinas de la Iglesia?

Hostos no era ateo; creía que Dios había creado el mundo.

La religión del insigne maestro puertorriqueño era el bien; y el deber ciudadano su verdadera fe.

Eugenio María de Hostos lo que hizo fue resistir las embestidas del Clero intransigente.

Las denuncias con diatribas de su enseñanza no motivaron a Hostos a dejar de reconocer la bondad y el valor cívico de la conducta de sus contradictores. Así lo deja a entrever en el texto de una carta que envió el 5 de junio de 1890, desde Santiago de Chile, a su discípulo Lucas. T. Gibbes una vez que se enteró de la muerte del Padre Billini:

Señor Lucas T Gibbes y compañeros, Santo Domingo.

Queridos discípulos: He sentido de veras la noticia que Uds. me dan de la muerte del Padre Billini.

Generalmente suelo no sentir la muerte de los hombres por ellos mismo: casi siempre la muerte es un descanso de una carga que no se sabe llevar, y que fatiga, o irrita, o desespera. En el caso del buen varón que tan apasionadamente buscaba y encontraba los medios de hacer bien, satisfaciéndose con deleite en él y en la buena fama que el hacerlo le atraía, siento la muerte por el hombre mismo: la vida estaba llena de objetivos, y el hombre la merecía y todavía no había llegado a la mitad de su tercera etapa.

Además, siento por la tierra dominicana que haya muerto uno de sus mejores hijos; y siento por la República que haya caído uno de los verdaderos ciudadanos.

Desde el principio, aún desde aquel principio en que el buen evangelista cometió el error de desconocerme y atacarme con franqueza, lealtad y publicidad que aplaudí y agradecí; desde el principio descubrí en la personalidad del Padre Billini el lado resplandeciente: era aquella parte de su persona moral que tenía el derecho por ideal.

No parece que aquel hombrecito endeble, ensimismado, tenaz, imperioso, consagrado a dominar voluntades para hacerlas servir a propósitos que tenía por buenos, y que eran casi siempre buenos, pudiera dar asidero tan robusto a la santa pasión del derecho.

Sin embargo, aquel curita delicado era un fuerte ciudadano.

Lo vi tal en momentos capitales: en aquel negro momento de la hecatombe del cementerio en aquel instante fugaz del patriotismo, en que él centralizó las fuerzas expansivas de todo lo que aún palpitaba por la patria quisqueyana; y en aquella hora tristísima en que los que por primera vez se levantaban a defender el derecho, caían con él en la sima de donde nunca mas los hombres se levantan, y de donde tarda años y años en levantarse el derecho.

La primera vez en que se mostró ciudadano, la protesta del Padre Billini parecía tan temeraria, que yo mismo la condené en el primer momento.

Eran los siniestros albores del personalismo a que tantos, por miedo y por codicia y por ambición y por falta de dignidad han ayudado.

Después, cuando otra revolución hizo nuevas víctimas y entre ellas cayó como esforzado aquel excelente Félix Tavares, cuya notoriedad como cuñado de Luperón hacia más significativa cuanta demostración se hiciera en honor de su memoria, apareció en «Regina» un túmulo conmemorativo en que, al través de la piedad que lo elevaba, se distinguía al ciudadano que aprovechaba la ocasión de condenar.

Hubo un momento, el más hermoso que se ha contado entre las horas de Quisqueya, en que coincidieron los votos del ciudadano por el establecimiento definitivo de las instituciones republicanas, y los votos del patriota por la definitiva solución del problema negro.

El General Billini en la Presidencia de la República, y el Padre Billini en la dirección de la Sociedad fundada para la Defensa Nacional, simbolizaron entonces las esperanzas nacionales. La actitud del Presbítero fue digna de la fe que él inspiraba.

Es singular que, teniendo como medio general de atracción los siempre coercitivos de la propaganda y la autoridad religiosa, Billini fuera, para quien desde lejos y desapasionadamente lo observara, tan liberal en su conducta y tan hombre de derecho en el fondo de su ardiente corazón.

Verdad es que Billini era un hombre de deber. Como tal hubiera brillado sin oscuridad alguna, a no haberle su obligación de cura impuesto exterioridades que el hombre de deber echa de sí.

Por lo demás, tan de su deber era aquel hombre, que aquello en que parecía más contradictorio de su papel de humilde era precisamente lo que mejor modelaba en su figura los signos y caracteres del hombre de deber. Era, decían, extraordinariamente vivo y violento en sus pasiones; y muchas veces era injusto en sus arrebatos de pasión. Más, exceptuando las que tenían carácter personal, todas las demás fluían de una concepción falsa o certera, pero de una concepción de su deber. Y cosa extraña!: casi siempre el esfuerzo de su deber correspondía a algún concepto de derecho. Por eso era tan vivo, tan apasionado, tan vibrante, tan resuelto siempre, y a veces tan temerario. Cierto que, también a veces, procedía con cautela de taimado. Pero ¡quién no aprende, entre lobos, a mirar furtivo!

En suma: lo he sentido. Lo he sentido como vecino, como ciudadano, como patriota y como hombre. Y Uds. han hecho bien al rendir homenaje de admiración y de respeto, al digno de respeto y de admiración.

Como suspiros para el noble ido, tengo aclamaciones para Uds. Ya se puede empezar a esperar algo de una sociedad en que un hombre como Billini tiene quien lo juzgue con justicia.

Pero el juicio no quede en demostraciones exteriores; pase a la obra que dejó pendiente el generoso filántropo: es indispensable que la muerte del obrero no mate la obra meritoria. Si Uds., y cuantos han demostrado adhesión póstuma por el hombre de caridad quieren ser dignos de haberlo estimulado en su mayor virtud, háganse cargo de su obra, sosténganla, háganla resistir al embate de la indiferencia pública y prueben prácticamente que, por mucho que pudiera la caridad de uno, puede más la beneficencia de muchos. Es buena hora para afirmar una doctrina, y no la desaprovechen.

Así los quiere siempre,

Su E. M. Hostos

El monseñor Roque Adames. Obispo Emérito de Santiago, pronunció, el 18 de enero de 1992, una conferencia sobre el tema la Iglesia y el mundo moderno, la primera de la ¨ Cátedra Cardenal Octavio Antonio Beras Rojas ¨ inaugurada por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra en su Campus de la ciudad de Santiago de los Caballeros. En una parte de su exposición, el obispo Roque Adames reconoció que Eugenio María de Hostos había sido un hombre extraordinario, y que el positivismo se había cristalizado y permeaba la vida intelectual del país por la obra tenaz del maestro puertorriqueño. Pero, le atribuyó al insigne maestro el hecho de que ¨castró los mejores cerebros nuestros para lo sobrenatural y creó un clima, sobre todo masculino, de indiferencia y asepsia ante el superior y maravilloso mundo de la fe ¨

El 30 de junio de 1985, los restos mortales de Eugenio María de Hostos fueron trasladados al Panteón Nacional, en un acto donde el entonces Presidente Constitucional de la República, doctor Salvador Jorge Blanco, pronunció un discurso y condecoró póstumamente al insigne maestro y patriota puertorriqueño.

Los actos del traslado se iniciaron a las seis de la mañana con el desenterramiento de los restos mortales del ilustre ciudadano puertorriqueño de su tumba que estaba localizada en el patio de la capilla de la Tercera Orden Dominica, donde antiguamente funcionaba la Escuela Normal de Maestros fundada por Hostos y, más recientemente, la Biblioteca Municipal.

Para el traslado de los restos mortales de Hostos al Panteón Nacional se organizó una procesión fúnebre compuesta por el comandante de una brigada mixta integrada por soldados del Ejército Nacional y por infantes de la Marina de Guerra Dominicana; además, integraban el cortejo, la banda de música de la Marina; un batallón de cadetes; una escolta de honor y un armón con la urna que contenía los despojos mortales del insigne maestro y patriota puertorriqueño. Detrás marchaba la Comisión encargada del traslado de los restos, presidida por la entonces secretaria de Educación, licenciada Ivelises Prats de Pérez, familiares de Hostos, funcionarios del gobierno y representantes de la nación puertorriqueña; también, comisiones oficiales designadas al efecto, universidades y escuelas invitadas.

A la llegada de los restos mortales de Eugenio María de Hostos a la entrada del Panteón Nacional se les rindieron honores militares de estilo y se interpretó el Himno Nacional seguido de una salva de doce cañonazos. Inmediatamente, se procedió a la colocación de la urna fúnebre en la nave central del monumento y se instaló una guardia de honor formada por secretarios de Estado, por familiares de Hostos, por rectores de universidades y por los miembros de las Academias de la Historia, la Lengua y la de Ciencia.

El presidente doctor Salvador Jorge Blanco pronunció el discurso central del acto del traslado de los restos mortales de Eugenio María de Hostos al Panteón Nacional.

En su discurso, el presidente Jorge Blanco definió al insigne patriota y maestro puertorriqueño como medularmente antillano y revolucionario en el pensamiento y en la acción. Dijo que con el traslado de sus restos mortales al Panteón Nacional su gobierno había querido rendirle un gran tributo, a fin de que descansaran en el santuario de nuestros héroes nacionales. Defendió que los despojos mortales del ilustre ciudadano nacido en otras tierras descansarán en ese lugar que ¨ no es morada de santos, sino de hombres con virtudes, pecados y grandes contradicciones ¨

Al otorgarle póstumamente a Eugenio María de Hostos la más alta condecoración que ofrece el gobierno dominicano, la de Duarte, Sánchez y Mella en el grado máximo de Gran Cruz Placa de Plata, el presidente Salvador Jorge Blanco manifestó: ¨así completamos todos los reconocimientos que han sido tributados a este ilustre pensador llamado justamente ciudadano de América ¨ En una parte de su discurso, erróneamente el presidente Jorge Blanco dio como cierto supuestos cuestionamientos a la existencia de Dios de parte de Hostos, destacando que ¨por ironías o contradicciones en la vida o en la muerte de los grandes hombres, sus restos descansaron hasta hoy en el jardín de la Capilla de la Tercera Orden Dominicana, como si fuera un testimonio póstumo de que la existencia de Dios está por encima de la razón que este hombre erigió como fundamento de todas sus enseñanzas ¨

Eugenio María de Hostos nunca puso en dudas la existencia de Dios.

Tras el discurso del presidente Jorge Blanco, el entonces Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo, doctor Enmanuel Esquea Guerrero, dio lectura al decreto de condecoración póstuma al Ilustre ciudadano puertorriqueño.

Tras el toque de silencio se procedió a la inhumación de los restos mortales de Eugenio María de Hostos. Y como era de esperarse, ningún dignatario de la Iglesia Católica Dominicana estuvo presente.

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