POR PASTOR OSCAR AROCHA
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. (Juan 14:1).
Los problemas son de las mejores pruebas de nuestra sinceridad hacia Dios.
Cuando el hombre atraviesa por dificultades su amor tiende a desaparecer, pues las dificultades estimulan la impaciencia, son como gasolina para el fuego del egoísmo; olvidamos a los demás y nos concentramos en nosotros. En tales condiciones, es mandado y se espera que los creyentes se comporten con un patrón diferente de conducta, pues nuestra norma son las palabras del Señor Jesús: No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
La ocasión de este texto fue en medio de las aflicciones y agonías de nuestro Salvador. Se olvidó de sí mismo y de la proximidad de su muerte, y por entero se entregó a consolar a sus discípulos. Ellos le habían oído hablar acerca de Su muerte, Su partida y las pruebas que habrían de sobrevenirle: uno de ellos lo traicionaría, otro le negaría, todos le abandonarían, y se sentirían ofendidos, decepcionados al no ser el Mesías que imaginaban. Cayeron víctimas del miedo y sus mentes fueron atribuladas.
Nuestro Señor, al percibir en sí mismo que estaban conturbados, buscó cómo aliviarlos, y consolarlos, de ahí las palabras de nuestro texto: No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. (v1). Las pruebas como su nombre indica, resultarán en un claro lenguaje de la sinceridad de nuestro amor a Dios. Pasaron la prueba.
No obstante nuestra debilidad, el Señor nos ha dado el remedio para curarnos de todos nuestros problemas: la fe. La confianza en Dios es un curalotodo. Aprendamos y apliquemos que la fe en Cristo es el único y eficaz remedio contra los problemas de la mente o corazón: No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. Amén.