“Entonces Jesús dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25:41).

Es un sentir generalizado en todo el planeta Tierra, que el fin de la humanidad se acerca a pasos presurosos, o que la conducta humana, y la reacción de la naturaleza parecen estar dando un claro mensaje apocalíptico, de destrucción  final. Detrás de cada noticia calamitosa parece venir un mensaje encubierto de pesimismo con respecto al futuro de la humanidad. Como había de suceder, la esperanza que trae consigo el avance científico se está desvaneciendo. La ruina es generalizada, en el individuo, la familia, la sociedad, las naciones, los gobiernos y las instituciones van como si fuera hacia el despeñadero, y el clamor generalizado es: ¿A dónde iremos a parar? ¿Qué será de nuestros hijos, y de los hijos de nuestros hijos?

Gran parte de la humanidad se encuentra en terrible desespero. La alarma del fin va en aumento. No es un temor infundado, cada uno tiene conciencia, y en el lenguaje de la conciencia las calamidades suelen ser presagio del juicio final.

En el versículo, la palabra “apartaos”  es una metáfora tomada del lenguaje de los viajeros, y describe el curso de vida de un individuo  que se apartó de la senda del Señor de Vida.

Un caso: “Zacarías y su mujer eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.”   Hay una presencia de Dios que es vida y luz sobre el creyente, o que tal cual el sol nos despierta y nos levantamos a obrar y la luz guía su diario andar, así la Gracia de Cristo sobre el corazón que cree. En cambio el incrédulo vive apartado de Dios. Su conducta es según su propio yo carnal, o de acuerdo a como vive la gente del mundo; es lo que ellos siempre quieren y eso mismo será dado en aquel día del Juicio final: “Apartaos de mí, malditos.” Siendo Dios la vida, bondad y disfrute, entonces apartados de Cristo será todo lo contrario: muerte, males, miserias y dolor.  Amén.